Hombre de carretera
En la muy fértil década del ’80 en lo que a supergrupos (bandas cuyos integrantes son ya reconocidos por proyectos previos) se trata, surgió The Highwaymen, agrupación famosa no sólo por ser el supergrupo de música country más reconocido, sino también por conglomerar en su interior a Johnny Cash, Waylon Jennings, Willie Nelson y Kris Kristofferson, los principales referentes del género outlaw music, reacción a la vez tradicionalista -porque recuperaba el discurso salvaje y masculino y el estilo seco de precursores como Jimmie Rodgers y Hank Williams- y modernista -al incorporar la energía de los por entonces contraculturales Rock & Roll y Blues- contra la comercialización del Nashville Sound, más cercano a la música pop. Claro que contar con esos cuatro mitos de la música country era correr con mucha ventaja (aunque no tanta comparada con el line-up de los contemporáneos Travelling Wilburys, a saber: George Harrison, Bob Dylan, Roy Orbison, Jeff Lynne y Tom Petty), pero la banda, como la mayoría de los supergrupos, duró relativamente poco, produciendo solamente tres discos en el período comprendido entre 1985 y 1995. The Highwaymen, al igual que sus integrantes por separado, se alimenta de una mitología y una tipología típicamente Estadounidense: la del descastado, el hombre que vive en los márgenes coqueteando con la pobreza, el eterno nómada que hace de la carretera y el desierto su derrotero y destino último.
Esta descripción le cabe perfectamente a Bad Blake, músico country cincuentón en decadencia, que todavía vive de la fama conseguida en décadas anteriores dando recitales en pequeñas tabernas, boliches (literales, donde se juega bolos) y Honky tonks, bares típicos del sur de Estados Unidos frecuentados principalmente por las clases bajas y que cuentan con números musicales en vivo de artistas Country o Folk. En una de esas presentaciones Bad conoce a Jean (Maggie Gyllenhaal), una joven periodista con un hijo de cuatro años, con quién comenzará un romance. Pero los problemas de alcoholismo del músico, a quién vemos más frecuentemente con un whisky en la mano que con su guitarra, comienzan a dinamitar la relación. Por otro lado, el antiguo protegido de Bad, Tommy Sweet (Colin Farrell), es ahora un exitoso músico amparado por la maquinaria comercial de Nashville que, aunque bienintencionado, no puede ayudar a su mentor, salvo que éste comience a componer para su nuevo disco.
La amable rivalidad entre Bad Blake y Tommy Sweet funciona como una alusión literal al conflicto entre la música outlaw y el Nashville sound, desde la música (despojada la de Bad Blake, más artificial la de Tommy Sweet) hasta el estilo de vida: la gira de Blake por el sur de Estados Unidos sólo lo incluye a él y a su camioneta Chevrolet; a Tommy Sweet lo acompaña una enorme troupe de músicos, roadies, asistentes, autobuses y limusinas. Por otro lado, la historia de la decadencia y recuperación del maduro músico de country no sólo es demasiado arquetípica de la mitología autodestructiva del género (el country y el biopic, claro está), sino que reproduce casi fielmente el argumento de El precio de la felicidad (Tender Mercies, 1983), la historia de un cantante country de mediana edad y alcohólico en decadencia (Robert Duvall, que en Loco Corazón tiene un papel secundario como confidente y amigo de Bad Blake), quien encuentra nuevo impulso cuando conoce a una mujer viuda con un hijo.
Lo que verdaderamente le da carnadura al bastante estructurado y formulaico guión de Loco Corazón es la enorme interpretación de Jeff Bridges como Bad Blake. Su presencia física y su relajada intensidad apoyada en un registro naturalista convierten esta película con pretensiones de universalidad en una íntima, personal historia de búsqueda de la felicidad con la ruta como paisaje y el Country como música de fondo. El es la razón por la cual, después de finalizada la película, Bad Blake "will always be around", como repite la canción de Jimmy Webb Highwayman, emblema del grupo The Highwaymen.
A diferencia de El luchador de Darren Aronofsky, film similar desde su argumento, Loco corazón jamás carga las tintas o redunda en el miserabilismo. Por el contrario, la película ostenta una contención dramática, sostenida mediante elipsis que nos ahorran el sufrimiento de los personajes, y una levedad en el tono infrecuentes en los dramas de Hollywood. Y todo lo que Loco corazón quiere decir, lo sugiere mediante motivos expresivos. Los paisajes desérticos y la ruta filmados en scope y con una paleta áspera, a la vez que le otorga un aire setentoso y anacrónico a la película, acentúa el efecto de estancamiento emocional y el clima despojado que propone el debutante en la dirección Scott Cooper.
Pero el principal motivo expresivo del film es la música, compuesta en colaboración por Stephen Bruton y T-Bone Burnett e interpretada casi en su totalidad por Jeff Bridges y Colin Farrell. Y aunque podrían habernos obsequiado una mayor variedad en las canciones (Bad Blake interpreta los mismos dos temas en sus presentaciones en la primera mitad de la película), las pocas que efectivamente quedaron en la banda sonora evocan paisajes emocionales que se encuentran en estrecha comunión con lo que se narra. Porque, en definitiva, las canciones country cuentan historias, y Loco corazón se convierte en una de ellas, The Weary Kind, canción que de aquel lado de la ficción Bad Blake compone inspirada en su relación con Jean y que de este lado ganó el Oscar a mejor canción original. Esa canción es el fin (narrativo, pero también espiritual) de Loco corazón, porque a estos hombres de carretera se les va la vida en cantar cuentos.