Estas palabras (las tomo sueltas, al voleo) se pueden leer o escuchar en torno a Loco corazón o al personaje de Jeff Bridges, Bad Blake (en definitiva lo mismo, Bad Blake es Loco corazón, no hay mucho más allá de él): perdedor, redención, nobleza, intensidad, emoción, gloria, decadencia, regreso, Oscar. En más de un texto crítico (este mismo, incluso), el hecho de que Bridges se llevara –finalmente, con justicia, merecido, etcétera– la estatuilla de la Academia se trasladó en numerosos caracteres a la hora de hablar de la película. Y si bien todo eso que anda dando vueltas por ahí arriba es cierto, no me termina de convencer.
Primero: me importa tres cominos que Bridges se haya llevado el Oscar, no me parece que sea un dato relevante más allá del juego de los premios. Sí, es un actor del carajo. No, no era necesario el hombrecito dorado en la repisa para darnos cuenta de ello. Segundo: prefiero hablar de maduración y aceptación en lugar de redención. Una maduración a los golpes. La aceptación de que ya no se está para ciertos trotes. La primera escena de la película nos muestra a Bad Blake en el momento en que llega a un pueblo perdido en el medio de los Estados Unidos para actuar en un bowling. Él y su camioneta están igual de desvencijados. Bad se abrocha el cinturón y ese gesto pareciera dejar entrever una cierta dejadez más que incomodidad. Como si nada importara demasiado. La entrada al bowling, uno de esos lugares que siempre se adivinan tristes a plena luz del día, nos hace reparar en la amabilidad y cordialidad de Bad, alejando todavía más el significado de ese apodo; también nos hace reparar en que Bad está demasiado apegado a una botella de bourbon. En esos pocos minutos se relata y descubre, sin recargar sentidos, el universo Blake, quien fue y quien es.
Claramente Bad está cansado. Cansado de girar por tugurios, de encamarse con gruppies menopáusicas, de levantarse abrazado al inodoro, de pasarlo mal con cada resaca. Su andar es cansino; su desgano, elegante. Y si bien nunca abandona sus compromisos (“Bad Blake nunca ha abandonado un show en su vida”) ya no hay deseo en sus actos sino más obligación, o mera supervivencia. Tampoco parece querer, o poder, salir de esa situación. Incluso después de conocer a Jean, una joven y hermosa periodista que va a ser las veces de cable a tierra y posibilidad de vida en familia o, si se quiere, un estilo de vida más “tradicional” al que Blake está acostumbrado o resignado, tiene intenciones de cambiar demasiado. Se lava la cara un poco alrededor de ella. Jean lo revitaliza, se encama con él y no con el viejo ícono que representa, y eso lo hace, al menos, intentar ser un poco más presentable (en los términos en que ella espera que lo sea).
Por eso mismo no es el amor, estrictamente, el que hace que Blake un día decida ir a Alcohólicos Anónimos, es haberse mandado una descomunal cagada. “Hola, soy Blake, soy un alcohólico y perdí al hijo de una amiga” es su primer frase en el camino a la sobriedad y un poco más de orden. El necesario o suficiente como para que termine de darle forma a una canción improvisada en tiempos en que Jean no le cerraba la puerta en la cara, y el necesario para lograr encauzar una carrera de una forma que él considere un poco más digna. Bad emprende una nueva etapa. Una con su verdadero nombre, dejando ese apodo que ya no quiere. En la que le escribe canciones a su anterior discípulo, al que parecía odiar por el solo hecho de su éxito (un éxito que la película, además, hacía parecer prestado o no del todo legítimo). Una en la que parece aceptar el paso del tiempo con mayor comodidad o simplemente como una realidad menos penosa que la de despertarse vomitado en el piso del baño. Por todo eso, no sé si hablar de redención, no hay salvación o exoneración.
Loco corazón nos para al lado de Bad en cada concierto, en las borracheras, nos hace partícipes de cada vínculo. No hay un mérito descomunal en su joven director, se puede decir que la forma de la película es correcta, simple, clásica, entendiendo esa corrección como algo positivo. Como la corrección precisa y justa para que en cada plano brille su protagonista. Cooper sabe quién es el eje absoluto de su historia y todo lo dispone para él. Bridges se carga al hombro toda la película como si no le pesara ni una palabra ni una canción. Y así, Loco corazón fluye con sutileza, armoniosa, de la mano de Jeff.