Música country, whisky y una vida revuelta
Bastará decir que no podía ser nadie más que Jeff Bridges quien diera cuerpo y voz a Bad Blake. Músico country de vida decaída, matrimonios frustrados, un hijo no visto en veinte años, y días y noches de alcohol y reductos oscuros.
Pero la música sigue allí. Respetada como lugar sacro. El espectáculo del vientre revuelto por tanto whisky debe quedar fuera del escenario. Del micrófono cuelga el sombrero texano mientras el público y los músicos sostienen su ausencia repentina. Pero Bad vuelve. Y lo que se escucha es tan pero tan bueno que no debiera nadie quedar sin la posibilidad de proseguir el mismo disfrute a través de la correspondiente banda sonora.
En este sentido, señalar que es el gran T Bone Burnett quien produce la música y que son los propios actores quienes interpretan, además del cameo de Ryan Bingham, compositor que ha ganado el Oscar por este film. (Con una vida personal que, lejos de desentonar, tal vez supere en muchos aspectos a la del propio Bad). Que Colin Farrell puede no ser demasiado creíble como cowboy singer, pero que sin embargo no queda por detrás de la presteza vocal del gran Bridges. Porque ésta es la película de y para Jeff Bridges. Así como ocurriera, no hace mucho, con Mickey Rourke en El luchador. Nadie como Rourke para encarnar a la bestia sentimental de Randy. Lo propio para Bridges, cuyo cinto, por lo general, cuelga mientras alivia una barriga torturada.
El cigarrillo le enturbia la voz, el alcohol vuelve algo pastoso su decir, pero cuando canta cautiva como siempre. Aunque ya no sean tantos quienes deseen recordar su figura: Bad Blake, leyenda todavía viva, oculto ahora en bowlings de mala muerte y hoteluchos baratos. En Bad se cifran tantas otras vidas musicales, tan oscuras como marginales, tan únicas como inolvidables. El country de Bad es también el dolor compartido por tanto blues y jazz.
Además de la figura del productor, omnipresencia telefónica, contraste de lujos y comodidades para este cantor de camioneta terrosa, aparece una mujer de corazón también loco (Maggie Gyllenhaal). Joven y madre. Capaz de lograr lo que Bad nunca permite: una entrevista, la fotografía para la nota, replantear la vida propia, comenzar a componer canciones como las de hace años atrás.
Y aún cuando Loco corazón -traducción literal pero fónicamente menor que Crazy Heart no sea un film mayor, es su actor el que lo agiganta y transforma. Le valió el Oscar de este año. Y la posibilidad de rememorar su carrera desde una cinematografía que le ha permitido trabajar con directores como Terry Gilliam, Peter Weir, John Carpenter, Francis Ford Coppola y los hermanos Joel y Ethan Coen, con quienes se encuentra nuevamente filmando (El film es True Grit, y allí interpreta a un Marshal cuyo nombre responde, lúdicamente, al de un título de John Wayne: Rooster Cogburn).