Los lugares comunes son una tradición de Hollywood, su salvavidas. A tal punto es importante el lugar común para el cine americano, que es fácil afirmar que el público no sólo consume relatos plagados de clichés, sino que además los demanda. En una industria que hoy no muestra signo alguno de renovación, que reprocesa todo lo que ya se ha hecho demasiadas veces, no hay lugar para las historias capaces de huir del cliché. También se sabe que una película no debe estar obsesionada por escapar a los convencionalismos, porque lo más seguro es que esa obsesión la lleve a desembocar en ellos, y la mejor forma para esquivar el cliché es partir de él para generar otra cosa. Esto último ha sido una de las máximas trascendentales expresadas por Hitchcock en la serie de entrevistas realizadas y compiladas por Truffaut, y quién mejor que el maestro del suspenso para hablarnos de cómo se puede partir de los lugares comunes para construir un film con identidad propia.
Crazy heart es una muestra cabal de que a Hollywood, en última instancia, no deberíamos demandarle que nos deje de contar la misma historia, sino que tenga la habilidad para saber partir de ella y para contarnos lo mismo de siempre, pero con elementos distintivos capaces de enaltecer la propuesta. El desarrollo de este film atraviesa todos los tópicos dramáticos que enmarcan la historia de un sujeto en busca de redención, intentando sobreponerse a años de decadencia y apelando a la dignidad que perdió. Ya sea en biopics de seres reales o en dramas enteramente ficcionales, esta historia, con las correspondientes adicciones o estigmas del personaje y con el motivo amoroso que definirá su redención, se ha visto demasiadas veces. Si aún nos atrae no sólo es por la esencia cinematográfica de este trayecto, sino por la pintura de personajes que puede surgir de allí. Muchísimos artistas han protagonizado ese recorrido narrativo, y allí hemos visto incluso a varios personajes asociados a la música country, tal vez porque la Norteamérica árida, de rutas y parajes inhóspitos, y la soledad intrínseca de esas personas, encaja perfectamente con ese camino de redención.
Bad Blake es un sujeto de estos, un cantante country que supo contar con cierta fama, pero que pocos lo recuerdan. Entre ellos, un joven y famoso cantante que llena estadios y que tiene a Blake como su maestro (Colin Farrell, en un papel secundario acorde a su talento), un viejo amigo (Robert Duvall, en clave entusiasta) y una chica que se enamora de Blake y le da la posibilidad de experimentar lo que significa integrar una familia. Pero Bad Blake tiene su propio demonio, un alcoholismo que lo lleva a vivir en constante turbulencia, alejado del mundo y de todo lo que puede ponerlo en contacto con sus sentimientos. Al comienzo del film, Blake parece estar de vuelta de todo, pero allí donde el personaje parecía signado a un destino ruin, aparece la joven en cuestión que le devuelve las ganas de vivir, con una madura interpretación a cargo de Maggie Gyllenhaal.
Todo aquello que se ha descripto hasta aquí parece extraído de un manual de tópicos de esta clase de películas. Sin embargo, hay algunos elementos que distinguen enormemente a la película. En primer lugar, la actuación de Jeff Bridges, felizmente consagrada con un Oscar que viene mereciendo desde hace tiempo. Bridges encarna a Blake con un desparpajo similar al célebre Dude de El gran Lebowski, envolviendo el dramatismo por el que atraviesa el personaje con iguales dosis de ternura y patetismo. Bridges es capaz de dotar de humor incluso las escenas más dramáticas, y con esos elementos consigue encarnar a la perfección la figura de un músico decadente, ya que es en las acciones más patéticas de su personaje donde consigue expresar la sensibilidad de Blake, y el accionar adictivo que constantemente lo pone en jaque.
Por otro lado, más allá del acierto, no sólo de Bridges sino de todo el elenco principal, nos encontramos con un desenlace que, afortunadamente, se aferra al devenir de su personaje y no intenta ser complaciente con él. Lo mejor del film radica tanto en el retrato del ambiente que refleja la música country, como en su necesidad de expresar, sin facilismos condescendientes, la recuperación de la dignidad de su protagonista, expresada a través de la estupenda actuación de Bridges, cuya estatura interpretativa le permite evitar que la sensibilidad de la historia y del personaje se conviertan en mera sensiblería.