Un perdedor que conmueve
Finalmente llega el film que le valió el Oscar Jeff Bridges, por su interpretación de un cantante folk en decadencia. La banda sonora es excelente.
Ok, la trama es previsible, la historia pequeña y las situaciones se pueden contar con los dedos de una mano. Nada que no se diga (demasiado) de Avatar, por caso, un film mucho más ambicioso que éste en varios términos y que para muchos llegó con la misión de cambiar para siempre el modo en que nos enfrentamos a una película.
Loco corazón no aspira a nada parecido, y sin embargo en su núcleo existe una idea similar a la de Cameron: utilizar una trama simple para hablar de algo mucho más grande. Que en este caso no tiene que ver con cuestiones metafóricas ni luchas ancestrales, sino más bien con la dura existencia de un hombre que debe velar por él mismo; con sus demonios, su pasado y su incierto futuro.
El cantante folk Bad Blake (enorme trabajo del ganador del Oscar Jeff Bridges) va de bar en bar, de bowling en bowling, ofreciendo un repertorio de bellas canciones –mérito del gran T Bone Burnett– y su traza de alcohólico irredimible. El catálogo del músico lo persigue: las mujeres maduras se le acercan, los fans que aún lo recuerdan lo idolatran, la idealización lo acecha.
El andar decadente de Blake –un músico cuyos mejores días artísticos se encuentran en un pasado remoto donde tampoco hizo lo mejor que podía en el plano personal– se ve interrumpido cuando su precaria gira lo lleva a Nuevo México. Allí conoce a Jean, una reportera (la notable Maggie Gyllenhaal) que es madre soltera de un pequeño de cuatro años, con quien entabla una relación amorosa. Pero Blake no es un hombre fácil: una ristra de pérdidas tracciona su presente hacia su adicción al whisky. Él no sólo ha dejado en el camino un hijo al que jamás volvió a ver, sino que, por motivos que el film no revela, está receloso de Tommy Sweet (Colin Farrell), un astro de la música country del que es maestro y mentor (y algo así como otro hijo perdido).
El director debutante, Scott Cooper (que escribió el guión adaptando una novela de Thomas Cobb), cerca a su protagonista con cielos inmensos y carreteras largas, una placidez del entorno que contrasta con su interior y que sabe mostrar sin remilgos, poniendo la cámara donde debe ir y dejando en el centro las actuaciones. Así, la profunda tristeza de Blake y la desesperanza de Jane aparecen en su real dimensión, sin que Bridges y Gyllenhaal necesiten apretar ningún botón para que eso suceda. Blake nunca es un borracho patético, Jane jamás infunde lástima; son personas, ni más ni menos. Lo mismo que el personaje de Farrell, e igual que ese gigante de Robert Duvall, al que le bastan algunos minutos en pantalla para gastarla en el papel de un viejo amigo de Blake, un rol que muchos críticos norteamericanos vieron parecido a su personaje de El precio de la felicidad.
La increíble performance de Jeff Bridges (que puede ser el lacónico Jack Baker, el vago The Dude o el villano Obadiah Stane con el mismo, extraño grado de intensidad) hace que Loco corazón conmueva con lo mínimo, a bordo de la saga de un hombre que parece haberlo perdido todo pero que, paradójicamente, siempre está a un paso de ganar.