Sin lugar para los dramas (en exceso).
Loco corazón sería un estreno directo a DVD, si no fuera por la presencia de Jeff Bridges. No es que sea una mala película, pero toda la historia uno ya la sabe de memoria: antihéroe adicto al alcohol, con problemas familiares y sentimentales, que tiene la oportunidad de redimirse. Acto seguido, la nueva caída y la recuperación (o no) final. Sin ir más lejos, el año pasado, pudimos disfrutar en los cines de El luchador, esa película donde Mickey Rourke resucitaba como un tipo golpeado, en más de un sentido.
Está bien, el film tiene nombres además de Jeff Bridges, pero sinceramente, Maggie Gyllenhaal nunca me terminó de convencer como la reportera que se enamora de Bad Blake. No digo que esté sobreactuada, sólo que me pareció un poco en piloto automático: una carita de felicidad por acá, una carita de llanto por allá, y listo. Al Oscar. Pero bien distinto es lo que sucede con Bridges. Si la película tiene un corazón, loco, lleno de sangre, capaz de hacer creíble a su protagonista, darle vida, identidad, y que nos interese lo que sucede, es el de Jeff Bridges.
Ok: no es The dude, ese mítico personaje por el cual debería haber ganado el Oscar en su momento. Pero Bad Blake (o Blake el Malo...) es otra gran composición del actor la primera remake de King Kong. Aquí, cada plano parece favorecerlo. Ya sea que ponga su atención en su salvaje y descontrolado cabello, o en su mirada cansada y llena de arrugas, uno siente al verdadero músico (aclaro: esto no es ninguna biopic) en pantalla. Algunas de las claves de Bridges, para que aceptemos a sus personajes, pasan por pequeños detalles como un cinturón desatado, o el mal aliento que se sugiere siempre que anda cerca. Parafraseando a Johnny Deep/Ed Wood: Bad Blake viviría con ese tipo de problemas todos los días. O mejor dicho, haría a su esencia. Si en El gran Lebowski Jeff era el antihéroe de los '90, un tipo vago en Los Ángeles, ahora es una mezcla, un pariente lejano, del dude con Randy The Ram Robinson. Uno puede suponer, que seguramente Blake fue un votante de Bush en su momento, y hoy es más bien, un republicano de los más pasivos. Y esto no es un pensamiento aleatorio: si el espectador imagina moementos del personaje más allá de lo que se muestra en pantalla, es porque tiene piernas, tiene vida propia.
Bad Blake es un cantante de música country. Su hora de éxito ya pasó, y se dedica a cantar en pubs o en pequeños bowlling alleys para sus fieles seguidores, tan avanzados en edad como él. Cada tanto aprovecha el fanatismo de alguna seguidora. Noche tras noche regresa a su hotel de mala muerte donde se emborracha. Pero la historia, tan trillada como sabemos, no hace tanto hincapié en los pesares del cantante. Sino más bien, es un reflejo del sentimiento de un artista de música country. No caben dudas que algunos de los momentos más placenteros son cuando Bad se encarga del hijito de la reportera. La química que los une es real. Si la relación amorosa principal falla o se siente falsa, es por culpa de la hermana de Jake Gyllenhaal (más allá de todo el cliché que pueda haber en sus frases).
Pensemos en Tommy Sweet, la nueva estrella de la música country. Fue instruido por Bad Blake, y parece que hace años no se hablan. Ahora, en el camino a la recuperación, Bad deberá aceptar ser su telonero. Y el encuentro entre ambos, quizás casualidad, quizás no, evade el cliché. Uno esperaría una actitud más reacia o resentida entre ambos. Por el contrario, se saludan reconciéndose viejos amigos. No dura mucho: los diálogos que tienen son de lo más explicativo y torpe de todo el film.
Están Robert Duvall por allí y hasta Ryan Bingham, productor y compositor de la música del film, que verdaderamente es bonita. No sé si es la mejor canción original del 2009 (justo en el año en que se iban a poner más exigentes, los académicos, a mi gusto, nominaron 5 canciones que no iban a tener mucha vida más allá de su película), pero The weary kind resume un poco la sensación que tenemos al terminar de ver Loco corazón. Nos parece haber escuchado algo más bien del montón, pero con el tiempo crece en nuestra memoria.
El director del film es el mismo guionista, Scott Cooper. Es su ópera prima, según IMDb. Aquí, calificamos de acuerdo a nuestro gusto, y según como la película evoluciona en nuestra cabeza con el pasar de los días. No voy a decir que ser la ópera prima le quita o resta mérito, pero sin dudas, me impresionó la manera en que maneja el ritmo. Si bien todo es un festival de lugares comunes, Cooper sabe evadirlos, nunca dramatizarlos en exceso, y centrarse en pequeñas vivencias de su gran protagonista. De esta manera, la película deja de ser otra historia de redención, y no sólo por Bridges, que sin duda, paga la entrada. Los momentos que más recordamos, son los de regocijo de Puede que alguien que no haya disfrutado el film se encargue de decir que sin Bridges era un estreno directo a video (o más cínico: un telefilm y punto). Pero el formato en el cual iba a estrenarse una película no debería importar (El camino de los sueños, de David Lynch, estaba pensada para televisión) sino cuánto disfrutamos cuando vemos el producto terminado. En otra realidad, sí, sería un telefilm que habría pasado sin pena ni gloria. Pero estamos hablando de nuestra realidad: hoy es una película, grande, con sus torpezas, pero entretenida al fin y al cabo.