“Loco corazón” no es una pelicula más. La historia es pequeña, basta un par de párragos para resumirla, no deslumbra por los efectos visuale, no demandó un presupuesto millonario, no hace falta ponerse un par de lentes de cartón para ver su verdadera dimensión, y así todo no pasa inadvertida. Es así por la genial actuación de Jeff Bridges, que compone un Bad Blake, el cantante que ha perdido el rumbo ebrio de fama y whisky barato, conmovedor, tanto que le valió un Oscar. También, por la mirada tierna de Maggie Gyllenhaal y, sobre todo, porque la película, sin querelo, es aleccionadora. Y no es que el cine tenga que serlo para ser bueno, sólo que en este caso lo es y vale la pena. La moraleja, para ponerlo en términos fabulescos, es simple: los excesos pueden acarrear grandes pérdidas. Es bueno saberlo.