Travesuras al aire libre El cine en 3D, la gran esperanza de Hollywood, parece haber encontrado el rumbo. Después de coquetear con las grandes producciones, con buenos dividendos como en el caso de “Avatar”, se enfocó en las producciones de animación que, hasta ahora, han mostrado ser las que mejor pueden aprovechar los recursos que ofrece la nueva tecnología. Es más, la industria hizo foco en las películas dirigidas a los niños, sobre todo, a los más pequeños. “El oso Yogi” se inscribe en esa tendencia: es una película que pretende, con gran despliegue visual y una historia de corte ecologista, captar la atención de los niños. Poco y nada queda del Oso que hizo las delicias de los niños de ayer en la televisión. Y no podría ser de otra manera, si en la nueva versión hasta perdió la “u” de su nombre de pila. Ya no es Yogui sino Yogi. El resto si es chico, muy chico, divierte, sino no.
Un viaje sin sorpresas Jack Black es Jack Black. Ya no es más ese joven prometedor que soñaba con ser el rey de la comedia de Hollywood. Es el rey de la comedia, como alguna vez lo fueron Robin Williams y Jim Carrey y de tanto repetirse, de tanto hacer las mismas morisquetas, perdieron el trono y la corona, porque no hay nada que ahuyente la risa como un chiste repetido. Pierde la sorpresa. Y eso pasa con Jack Black, cuando se lo ve imitando a los pasos de baile de las grandes estrellas de la música, uno lo ve en “Escuela de rock”. Y eso fue gracioso esa vez, ya no. Pero no es eso lo único que fracasa en “Los viajes de Gulliver”, la historia es buena, quién puede dudar de las ideas de Jonathan Swift, pero el humor no. Es simplista, escatológico, y lo peor todavía, es previsible. Así y todo, los niños, que llegan al cine con la mochila ligera, disfrutan la película. A lo grande.
El festival de la muerte “La epidemia” es una película de zombies, lo que, de por sí, define qué se puede esperar al verla. Sangre, muertos que vuelven a la vida, dentelladas, corridas y gritos de desesperación. El menú que sirvió por primera vez George A. Romero, allá lejos y hace tiempo, y que hoy es una marca de género. De hecho, “La epidemia” es la remake de “The Crazies”, la película que con poca suerte estrenó el propio Romero en 1973. Un accidente de un avión del ejército ocasiona el derrame de una sustancia tóxica que dispersa un virus que convierten a los infectados en asesinos piscópatas. La excusa, en aquel momento, para poner en la pantalla grande la paranoia de los norteamericanos antes la Guerra Fría. Hoy la historia es mero entretenimiento, morboso, pero entretenimiento al fin. Ideal para los amantes del género.
La crueldad del humor. No es una experiencia apta para todo público. No lo fue en la televisión, donde nació con el envión de los años dorados de la MTV; tampoco en el cine, donde la saga suma su tercer capítulo, en 3D. Y es así porque el humor que cultivan Johnny Knowville y su pandilla es escatológico, repulsivo y delirante. Como las bromas de la secundaria, que hacen reír a todos menos a la víctima. Las situaciones que se plantean, que son protagonizadas por los mismísimos miembros del elenco, son extremas, al punto que suelen terminar con heridos, lesionados o simplemente con el espectador asqueado ante tanto derroche de violencia y fluídos corporales. Lo curioso es que provoca tanto rechazo como carcajadas, lo que revela que la crueldad humana puede ser divertida.
Todd Phillis tiene buen ojo para el reparto. También para elegir en qué gastar el dinero, en este caso el que le cayó como una catarata con “¿Qué pasó ayer?”. A Zach Galifianakis, la revelación de la película que lo elevó a las ligas mayores de la industria del cine, le sumó a una gran estrella de Hollywood, un nombre que por sí solo calienta la taquilla y que, como si eso fuera poco, además tiene talento: Robert Downey Jr. Caro, pero el mejor. La historia es simple y efectiva. Un arquitecto tiene que volver contra reloj de Atlanta a Los Angeles porque su mujer está a punto de dar a luz, pero una serie de contratiempos, causada por su encuentro con un disparatado aspirante a actor que viaja a Hollywood, desatan el delirio. Hay química, guión y, sobre todo, un modo de hacer reír que no le escapa a la exceso. No se necesita más para pasar un buen rato.
Un manual de autoayuda. Julia Roberts está de regreso. Después de ganar el Oscar, de ser mamá, de conquistar la taquilla aquí, allá y en todas partes. Su éxito la obliga a elegir bien. Y ella sabe cómo hacerlo. Por eso, para su reentrée en la pantalla grande, eligió un proyecto con “satisfacción garantizada”: la novela de Elizabeth Gilber “Comer, rezar, amar”, un best seller considerado por el New York Times como uno de los libros más influyentes del año. Una mujer recién separada se toma un año sabático para viajar a Italia, la India y Bali en busca de un sentido para su vida. Un manual de autoayuda novelado que, más allá del oficio del creador de “Glee”, Ryan Murphy, en la dirección, se reduce a un puñado de lugares comunes que todo aquel que ha atravesado el trance conoce. Ella es ella y su enorme y magnética sonrisa; él es Javier Bardem. El resto es amor.
Un amor con siete vidas. Gaturro se ganó un lugar en el mundo de la historieta desde la contratapa del diario La Nación. Su éxito, que tiene como base de sustentación a los niños, hacía inevitable que tarde o temprano llegara a la pantalla grande. Así funciona la implacable maquinaria de la industria cultural. Canibaliza los contenidos que tiene suceso, reciclándolos para sacarle el máximo provecho. Así es como el gatito, sensible y simpático, se agiganta en una historia que en el cine se suma a la moda del 3D. Entretenida, la película gira en torno a las desventuras que vive el felino en su desesperado intento por seducir a Aghata, su eterna enamorada. La historia, claro está, está matizada con las ironías que hicieron famosa al personaje nacido de la pluma inquieta del dibujante Nick. Lo mejor: la escena inicial, que repasa la vida de los protagonistas de la película.
Recuerdos del futuro. Hace tiempo que John Cusack dejó de elegir bien las películas que filma. Atrás dejó su busqueda de calidad y diversión con “Alta fidelidad” para sumarse a proyectos industriales como “1408”, la historia de terror basada en el cuento de Stephen King, y la apocalíptica “2012”. “Una loco viaje al pasado” sigue la misma línea. Una historia mínima, un reparto eficaz, un zarpazo a la taquilla. Nada más. La película gira en torno a las peripecias de un grupo de amigos que viaja al lugar donde pasaban las vacaciones cuando eran jóvenes. Un viaje al pasado con el que esperan redimir sus vidas. La experiencia se conviedrte en real cuando descubren que el jacuzzi de la habitación del hotel donde paran es una máquina del tiempo. Idas y venidas, chistes tontos, una solución exagerada. En suma, un nuevo tropiezo en la carrera de John Cusack.
Paranoia y terror al apocalipsis. De los miedos que más alimentaron las fantasías del cine, la destrucción de la humanidad provocada por un virus es uno de los más explotados por la industria de Hollywood. Si bien la tradición se remonta a las primeras películas de zombies, en las que los muertos volvían a la vida a causa de una intoxicación química, a partir de la difusión del HIV y, más tarde, de la gripe aviar y porcina, el tema cobró actualidad. “Portadores”, una creación de los cineastas catalanes Alex y David Pastor, sigue una tradición que, a partir del éxito de “Cuarentena”, que tuvo su taquillera versión norteamericana, “Rec”, se reafirmó en el cine español. Road movie con reminiscencias de “Mad Max”, la película cuenta las peripecias que vive un grupo de jóvenes que atraviesa el desierto de Estados Unidos huyendo de una epidemia que amenaza con diezmar a la humanidad. La historia juega con una idea que alimenta la pranoia del siglo XXI: tarde o temprano el hombre tendrá que combatir los virus que él mismo creó y que, fuera de control, se convierte en una enfermedad mortal. Con oficio más que creatividad, los hermanos Pastor llevan adelante la trama con una sola consigna: explorar hasta donde se es capaz de llegar con tal de seguir con vida. Lo hacen sin apelar a la truculencia, con acción, actuaciones correctas y buenas ideas les alcanza. El hilo conductor es el miedo al contagio, algo que en la reciente crisis de la Gripe A asoló al mundo.
La unión hace la fuerza. En la obra de Horacio Quiroga la naturaleza juega un rol protagónico. No es mero paisaje. En sus historias, el ensañamiento del hombre con el medio ambiente se paga caro. El precio es la vida. En la versión para niños de sus cuentos que llega a la pantalla grande de la mano de los realizadores de “Martín Fierro”, Liliana Romero y Norman Ruiz, y el guionista de TV Jorge Maestro su mirada feroz aparece atenuda. Amenazada por la tala indiscriminada del hombre, flora y fauna de un paraje paradisíaco se ven amenazadas y deciden hacer lo que sea necesario para salvar su hogar. Un niño, hijo de uno de los peones que trabaja en el obraje, los ayuda. La unión, claro está, hace la fuerza. La batalla es ardua, pero, como mandan las reglas del cine, el final es feliz. Esperanzador. Y eso es lo que importa.