Amor es lo que sobra
La pucha digo. Es medio difícil escribir algo bueno y original luego de leer la crítica de Crazy heart de Mex Faliero en el sitio fancinema.com.ar. Así la competencia es muy cuesta arriba. Pero vamos a hacer el intento.
Es llamativo como la puesta en escena, las actuaciones y los rubros técnicos confluyen en el filme de forma armoniosa y moderada, hablando bajito, discretamente, contagiándose de la historia que se cuenta. Es paradigmático en el caso de la labor de Jeff Bridges, aunque no una novedad en su carrera: gana el Oscar no a la manera de Al Pacino en Perfume de mujer, sino en base a la sutileza y la transmisión fluida de las emociones.
El protagonista de Loco corazón, Bad Blake, daba para el desborde y el griterío, pero Jeff sabe que el mundo que éste habita es el del country más tradicional: ése que apela a expresar determinadas huellas en lo más profundo del corazón mediante la poesía, porque hacerlas visibles de otra forma es mucho más arduo.
Sin embargo, lo mismo puede decirse del resto del elenco, integrado entre otros por Maggie Gyllenhaall, Colin Farrell y Robert Duvall. En todo diálogo, secuencia, escena, cada palabra o mirada funciona como eco de un “algo más”: un pasado marcado por el dolor, la necesidad de afecto o reconciliación, la amistad y el amor como sostén último frente a toda adversidad.
Hay un logro particular del director y guionista Scott Cooper, quien no sólo se recuesta en las actuaciones, sino que consigue incorporar el vínculo entre los personajes y su contexto, que se modifican mutuamente. Cuando Cooper filma los cielos, las rutas, los bares o a los habitantes de los estados sureños, no hay un mero regodeo paisajista o miserabilista, según la ocasión. Tampoco una mirada desde afuera, de tinte irónico o juzgadora. Lo que se aprecia es una indagación fascinada y fascinante de un universo que sólo se puede percibir completamente cuando se está bien adentro, pero que tiene las puertas abiertas para el que quiera entrar.
Y encima tenemos una banda sonora espléndida, supervisada por T-Bone Burnett, que va pasando como un abanico por todos los espectros de la sensibilidad. En todos se detiene, con todos se toma una pequeña pausa, porque hay cuestiones, que tanto en la música como en el cine, requieren un tiempo y un espacio.
Hablamos de arte, hablamos también de la vida. No es necesario alcanzar grandes cumbres para emocionar o dejar una huella en el otro. Sólo se necesita entregar un diminuto, muy diminuto pedazo de nuestra alma. Crazy heart realiza ese pequeño gesto. Y al espectador sólo le queda aceptarlo.