Una historia con ladrones de medio pelo
La comedia que protagonizan Zach Galifianakis y Kristen Wiig se disfruta por su falta de seriedad y por su exceso de ridiculez.
A pesar de estar basada en hechos reales, en Locos dementes lo gracioso proviene de la falta de verosimilitud. La comedia dirigida por Jared Hess (Nacho libre) se disfruta por su falta de seriedad y por su exceso de ridiculez, como si se tratara de una especie de burla a las producciones construidas con solemnidad y peso dramático.
Su gran virtud es que el director logra que el espectador se preocupe por el destino de los personajes. Atrapa con la historia a pesar de que nada de lo que sucede es creíble, ni siquiera la relación que se forma entre el personaje de Zach Galifianakis y Kristen Wiig, dos grandes indiscutidos de la comedia americana, cuya química está cinematográficamente comprobada.
El encargado de interpretar a David Ghantt, un guardia de seguridad de una compañía de autos blindados, es Zach Galifianakis, cuyo fuerte cómico siempre fue su aspecto físico, su look desaliñado, su cara graciosísima. Aquí tiene un plus: se lo puede ver con una melena rubia a lo He–Man y una sonrisa a prueba de balas.
Kristen Wiig es Kelly, la compañera de trabajo de quien David se enamora. Kelly tiene un amigo poco confiable, Steve (interpretado por Owen Wilson), un ladronzuelo que quiere dar el gran golpe y salvar su vida. Steve se aprovecha de la amistad de Kelly con David para planear uno de los robos más grandes de la historia de los Estados Unidos.
Hay chistes escatológicos y mucho humor físico. Los incidentes cuando David se tiene que ir a México para que no lo atrapen son tímidamente entretenidos pero lo suficientemente buenos como para que el público se olvide del trasfondo serio de la trama.
Locos dementes es una suerte de Bonnie y Clyde en clave estúpidos, con toques de humor absurdo y de mal gusto, pero con un par de gags efectivos y situaciones desopilantes y ridículas, tanto que resultan graciosas.