Todos los nombres involucrados en esta pelìcula -que ademàs, increíblemente, se basa en hechos reales- merecen respeto y admiración. Pero la calidad del plato se encuentra en la habilidad de la cocción y no en el sabor de cada ingrediente por separado. La película narra cómo un grupo de tipos torpes y tontos, entre ellos un empleado menos que mediocre, roban un enorme botín y dejan huellas estúpidamente en todas partes. Primer error: cada actor hace exactamente lo que esperamos (Galifianakis hará de estúpido o raro, Wiig de seductora torpe, etcétera). Segundo error: aunque el humor escatológico puede ser glorioso (Marco Ferreri y los hermanos Farrelly, por poner ejemplos alejadísimos, lo han demostrado), aquí suena a pereza, a “pongamos un chiste físico porque no sé con qué llenar esto”, y si bien varios funcionan (no está prohibido reírse), la mayoría convoca al tedio. Es evidente que el film se planeó como la mirada de un extraterrestre sobre la estupidez humana, pero Jared Hess lo hizo mejor -y con mucha más inteligencia y emoción- en la bella y nunca estrenada aquí Nacho Libre. El realizador tiene todo el derecho del universo a decir que vivimos en un mundo vil y estúpido (Ferreri de nuevo, o Berlanga, han hecho obras maestras con ese tema), el problema reside en que, para eso, hay que exigir la inteligencia. Y aquí no pasa.