Detrás de “Locos por las nueces” (USA, 2014) se esconden varios errores que, lamentablemente, el cine pensado para niños, pero enfocándose en un público adulto, sigue cometiendo: subestimar a los espectadores.
Peter Lepeniotis escribe y dirige esta comedia en la que un grupo de ardillas intentará sobreponerse a la perdida y la escasez de comida que han sufrido, viéndose involucradas con un grupo de malvivientes que, con la fachada de una cafetería, intentarán robar un banco, para conseguir el alimento del invierno.
El grupo, encabezado por Surly, no sólo deberá superar varios obstáculos hasta conseguir el botín (miles de nueces escondidas en el sótano de la cafetería), sino que deberá aprender a convivir y trabajar en equipo, algo a lo que no están acostumbrados hace bastante tiempo.
Surly egoísta y maleducado, es una ardilla que siempre se ha manejado solo en la vida y se muestra siempre escéptico a las reglas establecidas. Al ver una posibilidad de escape para conseguir su propio alimento, para así no depender del resto de los animales, se embarcará en un viaje por todo el parque hasta lograr su ansiada independencia.
Pero a medida que avanza en su aventura, no sólo se sumará Buddy, una rata que lo sigue a sol y sombra, sino que además otras dos ardillas, Grayson y Andie, serán enviadas para poder completar la misión y conseguir también alimento para sus compañeros, entorpeciéndolo.
“Locos por las nueces” arranca con un planteo que a lo largo del metraje (extenso, de por sí) va virando hacia una película que intenta dar moralejas en cada paso erróneo que Surly dé. Y ese es su principal error.
Cuando un filme, sea animado o con actores reales, dispara sobre emociones y particularidades de un personaje para luego cambiarlas sin justificación apelando a una imperiosa necesidad sobre un cambio moral, ahí es donde falla. ¿Por qué cambiarle la moralidad a un personaje que en lo irreverente despierta más empatía que cuando se muestra correcto?
Si hay que reconocerle a Lepeniotis, su capacidad para homenajear al género policial, y en particular a aquellas películas basadas en los intentos de robo de un grupo de gangsters, pero allí también hay otro inconveniente.
Los niños no son “consumidores” de películas de este género, por lo que cuando la acción se enfoca en los pormenores del robo, mostrando a los personajes, los escenarios, y hasta la típica disyuntiva entre el ladrón y su mujer (que sabiendo que su pareja es un malviviente se debate entre seguir a su lado o no), la atención de los menores vira hacia otro lugar, fuera de la pantalla.
Y si bien el director busca nuevamente la atención con un intento de mostrar cierta empatía entre Surly y Andie, para así también intentar esbozar una línea romántica, la misma se diluye con la misma fuerza que se la trata de imponer en la estructura narrativa de la película.
Para sintetizar, lo colorido de los personajes, el dinamismo de algunas situaciones y acciones, y la incorporación del humor con algunas escenas graciosas, no bastan para despertar el interés en una película chata, lineal y que sólo por algunos gags, recuperados de la tradición del slapstick, merece la atención. Aburrida.