Locos por los votos

Crítica de Felipe Quiroga - CiNerd

VALE TODO

En una esquina, Will Ferrell. En la otra, Zach Galifianakis. Los dos grosos del humor se enfrentan en LOCOS POR LOS VOTOS (THE CAMPAIGN), una comedia que se ríe de los oscuros manejos de la política y de las campañas electorales, en las que todo vale con tal de sumar votos . Los actores interpretan a dos candidatos que pelean por un lugar en el congreso: el primero es el amoral Cam Brady (Ferrell), quien es el más experimentado con respecto a los manejos políticos y no duda en engañar a la opinión pública si tiene que hacerlo. Cuando creía que su victoria era segura a pesar de una caída en su imagen, aparece el raro e idealista Marty Huggins (Galifianakis), quien está apoyado por dos empresarios con oscuros planes. Es entonces cuando empezará una dura contienda en la que el fin justificará los medios. Ambos competidores se darán con todo: delirantes spots, cámaras ocultas, negociados, insultos en medio de los debates y hasta enfrentamientos físicos para ver quien besa primero a los bebés.
A diferencia de otras películas con Ferrell, LOCOS POR LOS VOTOS hace un mayor uso del humor escatológico y deja un poco de lado los momentos absurdos. Mucho tiene que ver el director, Jay Roach , quien demostró su pericia para los chistes fuertes y asquerositos en las sagas de los Fockers y de Austin Powers. Por otra parte, los actores principales parecen estar un poco más ceñidos al guión que en otras ocasiones y se extrañan esas delirantes líneas de diálogo a las que nos tiene acostumbrados Ferrell y que solamente pueden surgir en los momentos de improvisación . En cuanto a las actuaciones, Galifianakis aventaja a Ferrell con su composición: Huggins no parece ser el calco de otros personajes del gordito barbudo, a diferencia de lo que sucede con Ferrell, quien no logra otorgarle a Cam Brady algún aspecto novedoso. De hecho, las mejores actuaciones pueden encontrarse en los personajes secundarios. Si LOCOS POR LOS VOTOS fuera un candidato político, seguramente se destacaría por su simpatía (prefabricada, eso sí), pero no lograría hacer méritos suficientes para ganar las elecciones.