Uso y abuso de la diferencia
Will Ferrell y Zach Galifianakis interpretan a dos políticos en plena campaña electoral en este film de diseño, dirigido por Jay Roach. Humor algo irreverente sin muchas sorpresas.
Era solo cuestión de tiempo para que a alguien se le ocurriera que era una buena idea juntar al gran Will Ferrell y al no menos importante Zach Galifianakis. Efectivamente, a priori, la combinación entre el humor explosivo del gigante de la comedia americana y la manera aniñada del actor de apellido difícil ya tenía medio camino recorrido al éxito. Solo se debía encontrar un buen guión y un director capaz de llevar adelante el proyecto y el resultado estaba garantizado. Pero en el cine la matemática suele ser una ciencia inexacta y las fórmulas infalibles no siempre dan el resultado esperado.
Locos por los votos, de Jay Roach, que ya demostró su efectividad en la trilogía de Austin Powers y de los últimos dos films sobre la familia Fockers, se asienta en en carisma indiscutido de los protagonistas y los deja hacer como dos candidatos dispuestos a cualquier cosa para ganar una elección. Así, Farrel es Cam Brady, un diputado que aspira confiado a ganar por quinta vez un asiento en el Congreso –con buena parte de los excesos que el imaginario popular le atribuye a los políticos demócratas–, mientras que Zach Galifianakis es Marty Huggins, un apocado hombrecito que transcurre su vida a la sombra de un poderosos padre y que de golpe, aun con su inexperiencia política, se convierte en el elegido del Partido Republicano para enfrentar al experimentado Brady.
En un segundo plano, la elección está manejada por dos empresarios (John Lithgow y Dan Aykroyd), que pretenden que el distrito se convierta en una factoría para sus productos, con mano de obra barata made in China.
Por supuesto, la película hace uso y abuso de las diferencias entre ambos candidatos (y entre dos estilos de actuación) que en principio resultan divertidas. Como no podía ser de otra manera, hay varios momentos decididamente incorrectos como manda el género en estos últimos años, con su cuota de escatología o el maltrato a bebés y a perros por igual, es decir, la combinación que se supone, dará como resultado una buena comedia.
Sin embargo, ahí cuando el relato se interna en la mugre de una campaña política, en los límites que están dispuestos a traspasar los candidatos para resultar elegidos, en el accionar de los lobbistas, en la publicidad negativa, en los operadores mercenarios, la película se queda a medio camino y para el final reserva una redención elemental que desmiente el accionar de los personajes hasta ese momento.
Una película calculada, de diseño, donde efectivamente, casi nada está muy mal pero que tampoco se eleva por encima de la media adocenada que cada semana puebla la cartelera.