La comedia al poder
Más que políticamente incorrecta, Locos por los votos de Jay Roach (La familia de mi novia, Austin Powers) es cómicamente incorrecta, en el sentido que lo viene siendo la “nueva comedia norteamericana”: no tanto hacia afuera como hacia adentro del género, empujando y retorciendo los límites recurrentes de la sátira y los gags.
Pero, claro, ni la política ni la sociedad estadounidense se salvan de los embates de este sarcástico filme que tiene a Will Ferrell como el componente físico ideal para llevar la película hacia su apoteosis, en una serie de escenas que marcan la medición más alta de risas: la mejor, cuando su personaje, el conservador recalcitrante Cam Brady, es picado por una serpiente sagrada en pleno recital religioso, y después de pronunciar todas las blasfemias escatológicas habidas y por haber y sentirse considerablemente mal (los gestos de Ferrell son imperdibles), escapa a través de un vitral y se interna en un pantano, donde se convierte en una especie de hombre-barro que irrumpe en una casa de asustados creyentes à la Flanders.
El ahora bigotudo Zach Galifianakis está también muy bien como Marty Huggins, una caricatura inclemente del norteamericano medio, quien es contratado por un par de magnates para que se postule como congresista de Carolina del Norte, disputándole los votos al corrupto y necio Brady.
La batalla electoral se convertirá así en terreno de comedia cuando el a primera vista inofensivo Huggins demuestre ser un rival más que preocupante (más gracias a equívocos y asesores que por mérito propio) de Brady, aunque la trama en cuestión se revele como lo más flojo de Locos por los votos: su fuerte está en un conjunto de desquiciados gags desperdigados por ahí, como el de una empleada asiática que está obligada a hacer de negra por sus patrones o la piña que recibe un bebé en plena cara, que después se replica en un oportuno cameo perruno.
El final del filme es su talón de aquiles, como suele pasar en la “nueva comedia norteamericana”, y donde el moralismo que tanto se atacaba resulta ser el que le permite al filme congraciarse consigo mismo. Las risas, ahí, miden menos.