Locos por los votos es una película de chistes. Bah, así es como la quiero recordar. Porque además es una sátira política con final edificante, un cierre que no cuaja del todo con las salvajadas diversas que venía ofreciendo. Algunos de los chistes funcionan por el absurdo y por el crescendo: el inicio del primer debate y el consejo de “decir alguna grosería” genera un peloteo salvaje entre Galifianakis y Ferrell. Y Galifianakis y Ferrell están preparados –o, mejor dicho, hasta genéticamente diseñados- para sostener un chiste tras otro (con variedad de estilos, formas y bases, y con diversos de grados de agresión). La película dirigida por Jay Roach a veces va más allá de los protagonistas, y arma situaciones cómicas con otros personajes, como los perros. Uno de los chistes que volvería a ver muchas veces termina en una mirada de desencanto, hasta de dolor, de despecho, por parte de los dos bulldog franceses de Galifianakis. Uno de esos chistes “de montaje” que la industria estadounidense hace con una facilidad no tan habitual en otros cines.
Hay películas de las que recordaré menos momentos pero que seguramente podré volver a ver en su totalidad: a Frankenweenie y a Locos por los votos prefiero fragmentarlas para una posible revisión. Incluso prefiero seleccionar esos fragmentos para rememorarlas. No todas las películas pueden ser homogéneas y consistentes: hay otras de las que atesoramos retazos, partes que anidan, en un mix mayor, en nuestra memoria cinéfila. Una memoria que adquiere nuevas formas según las nuevas tecnologías. Hoy es muy sencillo volver a ver fragmentos de películas, sobre todo si esos fragmentos son valorados por mucha gente en el mundo. Con saber usar un buscador ya es suficiente. Y cada vez será más fácil armarse incluso un greatest hits cinematográfico con montaje propio. La tecnología muta, el cine muta, y nosotros reforzamos nuestros afectos cinematográficos desde posibilidades que eran inimaginables hace algunos años.