Homo Politicus
Locos por los votos quizás sea la más floja y menos arriesgada película de las últimas que ha protagonizado Will Ferrell (recordemos que viene de la muy buena Policías de repuesto y ese delirio astronómico que es Casa de mi padre), y sin embargo funciona bien parodiando al show democrático mediante unos cuantos gags muy divertidos.
La película de Jay Roach cuenta la historia del congresista Cam Brady (Ferrell), una especie de Alcalde Diamante pasado de rosca, que va en busca de su quinto mandato consecutivo. Cargos que obtiene siempre sin elecciones mediante, ya que nadie se presenta como oponente. Sin embargo, este año, deberá enfrentarse a Marty Huggins (Zach Galifianakis) quien hace peligrar su continuidad en el cargo. Roach presenta el asunto muy rápidamente en una certera introducción. Lo que se verá a continuación será la violenta campaña entre ambos candidatos.
Como decíamos al principio, Locos por los votos se centra en hablar acerca del show democrático, ese concurso de popularidad, esa hipocresía casi obligada de la que se ven rodeados los candidatos a algún puesto político elegido por el voto del pueblo. Roach se regodea deformando y exagerando la estupidez de estos personajes, y atacando a los principales lugares comunes de la democracia, incluso aquel que reza que “los políticos son maniquíes de las grandes corporaciones”, presentando a dos personajes caricaturescos, los hermanos Glenn y Wade Motch (John Lithgow y Dan Aykroyd respectivamente), dos industriales ridículos que manejan todo el escenario político desde las sombras.
Esta película deja implícita una vieja idea (que comparto desde mi humilde lugar): la política, lejos de ser el racional instrumento de cambio y lucha de intereses que pretende, es en cambio el escenario donde se debaten nuestros instintos más bestiales. El viejo renovado circo romano con ideas berretas que se utilizan como lanzas rotas en este triste espectáculo. E intentando alejarnos de las propias alegorías berretas podríamos citar una frase de Churchill que ya es un lugar común siempre que hablamos de la democracia: “la democracia es el peor sistema de gobierno inventado por el hombre. Con excepción de todos los demás”. Por supuesto mi querido Winston, y no sólo eso, sino que también es la demostración de la incapacidad de la especie humana de organizarse mejor tanto racional como moralmente.
Luego de la increíble “lucidez” del anterior párrafo, volvamos a hablar un poco más de la película. Un chiste que atraviesa todo el film es que los personajes políticos no hablan de política casi nunca. Es que obviamente para ganar una elección no hace falta hacer tal cosa. De hecho, Cam Brady enloquece cuando un joven asesor le sugiere algunas ideas progresistas. Incluso los propios realizadores se cansan de hablar de política y hacia al final, en contrapunto con todo lo que nos vienen contando apelan a la humanidad escondida en lo profundo de los perversos personajes.
La parodia funciona, y divierte a fuerza de la capacidad de Ferrell y Galifianakis, a pesar de ciertas irregularidades y el final esperanzador. En cuanto al plano político, Locos por los votos no tiene nada nuevo para decir, pero por lo menos adhiere a aquella sospecha que desde aquí compartimos: los políticos fueron personas, antes de ser unos codiciosos hijos de puta.