Esto no es cine
Uno quisiera pensar que el cine argentino ya ha pasado la frontera de la idiotización de brigadas, bañeros, extermineitors y todas esas lacras que han sabido redituar en los bolsillos de productores inescrupulosos y de un equipo detrás y delante de cámaras que si le han ido en zaga en lo económico, no en la desvergüenza de subirse a cualquier proyecto. Seamos sinceros.
Pero la ilusión dura lo que uno se sienta en una sala o revisa los estrenos de años anteriores.
El problema no es hacer un cine de comedia liviana o de puro entretenimiento sino el buscar sólo hacer negocio. Construir un producto sin preocuparse en lo más mínimo por alcanzar los estándares básicos y subestimar al espectador.
Locos sueltos en el Zoo (una producción de Argentina Sono Film representada en el heredero de su familia clásica Carlos Mentasti y el nuevo Luis Scalella, en la que también participa Telefé Cine y distribuye Buena Vista -la filial de Disney-) es una falta de respeto.
La trama (si se puede llamar así a esta ilación) mínima: el guardián del zoológico se jubila (él ama a sus animales, de día los cuidó y de noche les enseñó a hablar) y mientras todo sigue más o menos normal, a pesar de la nueva guardiana y de los excéntricos empleados, un empresario que trafica animales necesita -a pedido de su jefe- especies más grandes, por lo que contrata a unos detectives (?) para conseguirlos y eso los llevará al zoo.
Los títulos iniciales presentan a cada uno de los integrantes del elenco con la imagen de un animal. ¿Les suena? Las escenas empiezan y terminan en cualquier momento, los planos se pegan a la fuerza y sin respetar raccord, los chistes ya eran viejos antes de ser dichos por primera vez, las actuaciones no merecen tal nominación. Florimonte hace de fea y por lo tanto es mala; las lindas (Salazar, Jellinek y Antoniale) son tontas y/o usan lentes para pasar por intelectuales; Disi y Fernández de Rosa son la guardia vieja, y Alé y Müller la nueva; Marley come bichos; Gianola habla de Tigre; Mottola se cae y se lleva todo por delante; Peña y Navia (los hermanos Bielsa, detectives secretos) se disfrazan para intentar hacernos reír; Jellinek dice “lo dejo a su criterio” y así cada uno hace lo que sabe, que es bastante poco a juzgar por el resultado. Los planos inserts de los animales moviendo la boca no respetan espacio y hacen uso de un efecto berreta y el gorila ni quiere disimular su disfraz. Los malos tienen oficinas en Puerto Madero (que todos sabemos que es el lugar del Mal en este país) y la cinta no deja de ser una publicidad larguísima del Zoo de Buenos Aires (aunque no es el único chivo y no estoy hablando de animales).
Ya ni pido como sociedad el ser mejores ciudadanos, pero al menos seamos mejores consumidores.