Cambalache insoportable
La historia del cine es gigantesca, inabarcable para una sola persona. Hay cientos, miles de ejemplos de un cine masivo, entretenido, ligero e igualmente bueno. Así que empecemos diciendo que el argumento del cine “Liviano, ligero, pasatista y para vacaciones familiares” es total y absolutamente inaceptable. Basta de hacer un culto de la mediocridad, basta del paternalismo que festeja esta clase de productos insufribles, dolorosos para el ojo del espectador de cine. Películas que casi no pueden ni ser catalogadas como tales, relatos incoherentes que solo con una extrema paciencia por parte de los espectadores pueden ser llamadas cine.
Un elenco de muchas figuras de la televisión, muchos de ellos no provenientes de la actuación, arman un abultado pero inoperante elenco que tal vez pueda atraer a los espectadores alejados del cine pero cercanos a la pantalla chica. La película, incluso, tiene muchos chistes que hacen referencia a lo que ellos hacen en televisión. Para emparejar, aparecen actores veteranos que han participado de otros bodrios de este calibre en el pasado, como para colocar a esta película en el árbol genealógico de lo peor del cine comercial argentino.
Sí, hay un zoológico, es el de Palermo, el primer plano del film es el cartel de entrada y la película podría considerarse como una larga publicidad para promocionar este zoológico. Aunque la promoción se pasa un poco de rosca al promover la presencia de osos pandas que obviamente no pueden aparecer en la película porque no hay en el zoológico de Palermo. Solo aparece en el afiche, alguien los menciona y también se aclara que se venden muñecos de panda en la tienda del zoológico. Si buscan ositos panda, ahí los pueden encontrar.
¿La historia? Ah, sí, la historia. Un malvado traficante de animales quiere obtener a algunos animales salvajes para poder venderlos al extranjero. Para eso contrata a dos detectives que no tienen ningún plan, al igual que el guionista, incapaz de pensar algo razonablemente interesante. La gran sorpresa es que todos los animales hablan aunque, por razones de auto preservación, lo mantienen oculto. El recurso viene muy bien, ya que no son pocas las escenas donde los animales explican la trama o ponen palabra que ayudan a entender las inexpresivas actuaciones del elenco humano.
Algunos actores se esfuerzan un poco más que otros. Algunos salen directamente a reírse, pero no de ellos mismos, sino de nosotros. La incoherencia alcanza todos los niveles, las tomas fallidas quedaron en la película, el montaje entre animales y personas pocas veces tienen conexión, las cosas van más allá del límite de lo tolerable. Una única cosa a favor de la película es que no tiene ideas ofensivas como otros films de este estilo de comedieta de vacaciones. No puede faltar, claro, un gorila falso, Pipo, que sigue una larga tradición de berretada que dejó de ser graciosa hace más de cincuenta años. Tampoco faltan las tomas aceleradas, esfuerzos vanos por darle ritmo a lo que no lo tiene y, una vez más, imitar una forma de comedia también perimida hace décadas. No es un homenaje al slapstick, sino la continuación del humor más perezoso que ha sabido darnos una parte de nuestro peor cine.