Una película sangrienta y no del todo inocente de cierta morbosidad
La saga de Wolverine llega a su fin y el resultado tiene la forma de una película tan violenta como melancólica.
Los hechos tendrán la última palabra acerca de si la saga cinematográfica X-Men necesitaba cerrar su exitoso ciclo y dar paso a una nueva generación o si aún había posibilidades para esos personajes que nos acompañan desde hace más de una década y media.
Nadie duda de que en la frontera de los 50 años Hugh Jackman podía encarnar dos o tres veces más al hombre lobo. Menos seguro es pronosticar la calidad de esas eventuales historias, en qué medida hubiera sido posible prolongar el conflicto interior básico de ese personaje, marcado por su problemática relación con una invulnerabilidad artificial y con su destino de guerrero letal.
Lo cierto es alguien tomó la decisión de ponerle un punto final a la saga (o al menos a esta fase de la saga) y el resultado tiene la forma de una película tan violenta como melancólica, tan dura como sentimental. El director James Mangold se redime así de Wolverine inmortal, donde había tratado de hacer algo parecido con resultados decepcionantes.
El hecho de que la película se llame Logan, es decir el nombre más humano del personaje, y no su seudónimo mutante Wolverine, no deja de ser un indicio de que el argumento no se conformará con combinar buenas escenas de acción y momentos introspectivos. En este caso, hay drama de verdad, y esa sustancia viva, auténtica aun en toda la dimensión de la fantasía, invadirá cada resquicio de la historia, sus tensos diálogos, sus silencios, sus estallidos de violencia.
Estamos en el año 2029 y quedan muy poco mutantes en el mundo. Logan, viejo, barbudo, rengo y alcohólico, se dedica a conducir una limusina, mientras Charles Xavier, el profesor X, está encerrado junto al albino Caliban en un galpón en medio del desierto. Todo el esplendor, el poder y la magia de los X-Men se ha esfumado y lo que queda en su lugar es un paisaje desolado.
En ese mundo sin esperanzas irrumpe una nena con poderes muy especiales que es perseguida por un ejército despiadado. Como todo ángel, trae destrucción y renovación, muerte y vida. Una vez que la nena se sube a la historia, empieza una especie de road movie a través de los Estados Unidos, con dos o tres pausas en lugares simbólicos (Las Vegas, una granja) que irán cargando a ese trayecto de un significado ambiguo. Y por supuesto cada uno de los protagonistas (Charles Xavier, Logan y la nena) aprenderán algo distinto sobre los otros y sobre sí mismos.
Si bien Logan es una película sangrienta y no del todo inocente de cierta morbosidad (lo cual explica su calificación para mayores de 16 años) no abusa de los efectos especiales y mantiene dentro del límite de lo creíble su parafernalia de explosiones y tiroteos. Esa economía visual la hace más digna de la tristísima historia que cuenta, la elegía a un hombre lobo, porque un mundo que muere nunca será compensado por otro que nace.