El moderno western del mutante
En su despedida del cine -al menos en la piel de Hugh Jackman, ya que Hollywood nos tiene acostumbrados a todo tipo de reboots o reciclajes-, el personaje de Wolverine alcanza en Logan una de las mejores películas de superhéroes (y no sólo del mundillo de los X-Men) en mucho tiempo. Violenta y emotiva, seca y graciosa a la vez, la propuesta coescrita y dirigida por James Mangold transita con soltura y elegancia por múltiples géneros que exceden el marco de las historias de mutantes. Se trata de un film de acción, sí, pero también de una road movie distópica, de un drama sobre cómo envejecer (y aceptar el traspaso generacional) y de un homenaje a los cómics y, sobre todo, al western.
Mangold no sólo supera con holgura a su anterior incursión en este universo con Wolverine: Inmortal, sino que ubica a Logan entre los mejores films de una carrera que incluye valiosos títulos como Inocencia interrumpida, Cop Land, Johnny & June-Pasión y locura o Encuentro explosivo. Pero si hay un antecedente suyo para tener en cuenta a la hora de analizar su nuevo trabajo es la excelente remake de El tren de las 3:10 a Yuma. Es que Logan es, en varios sentidos, un western moderno que hasta se permite "dialogar" en varios momentos con Shane, el desconocido, aquel extraordinario clásico de George Stevens con Alan Ladd, Jean Arthur, Van Heflin y Jack Palance.
Ambientada en la zona fronteriza entre México y Estados Unidos en 2029, la película presenta a los mutantes al borde de la extinción. Logan / Wolverine se gana la vida manejando una limusina, aunque su actividad predilecta parece ser beber alcohol, mientras que el ya nonagenario profesor Charles Xavier (Patrick Stewart) y el albino Caliban (Stephen Merchant) permanecen escondidos y en precarias condiciones de salud en un establecimiento abandonado.
La situación cambia por completo cuando aparece en escena una niña de 11 años llamada Laura (Dafne Keen), que pronto demostrará todo su poderío, y dos villanos que la persiguen como el cyborg Donald Pierce (Boyd Holbrook) y el doctor Zander Rice (Richard E. Grant), obsesionado con controlar a los pocos mutantes sobrevivientes.
Por momentos Logan remite a sagas como las de Terminator y Mad Max o a otros films como Niños del hombre, y más allá de su extensión algo desmedida y a cierta tendencia a la acumulación y la deriva, se trata de una película de una potencia y una tensión poco frecuentes en este subgénero tan transitado en los últimos años. Si a eso le sumamos uno de los finales más emotivos del cine de superhéroes que se recuerden, estamos ante un adiós a la medida de ese personaje icónico llamado Wolverine.