The man comes around
Cuando se estrenó la primera X-Men yo tenía siete años. Fui con mi mamá al cine, ambos fanáticos de la serie animada que pasaban en Fox Kids, en lo que sería el comienzo de una tradición familiar que se mantiene hasta hoy. En general mi memoria me suele fallar y más si se trata de algo que pasó siendo tan joven, pero ver esa película en el cine lo recuerdo perfectamente. Me acuerdo de la escena en Auschwitz y me acuerdo de que, si bien no sabía bien lo que significaba, me provocó una angustia tremenda. Me acuerdo de Famke Janssen despertando algo en mí que yo no entendía del todo, y me acuerdo de Hugh Jackman. Wolverine, junto con Rogue, eran los nuevos en la película, los extraños que descubrían junto a nosotros el mundo de los X-Men, de la Escuela de Charles Xavier para jóvenes dotados, de Magneto y su hermandad de mutantes. A lo largo de la saga descubrimos junto a Wolverine, incluso su propio pasado y su propio futuro.
Se hicieron nueve películas más y en todas, en mayor o menor medida, apareció Wolverine. El recorrido hasta hoy fue, en general, bastante accidentado. Se hicieron varias películas excelentes, algunas mediocres y otras tantas desastrosas. Hugh Jackman es la cara de la franquicia y resulta pertinente (y curioso) que sus tres películas titulares entren en estas categorías. La primera es un desastre, un mamarracho sin propósito que solo buscaba exprimir la mayor cantidad de dinero posible. La segunda tenía mejores intenciones, pero se quedaba a mitad de camino. La tercera, finalmente, es excelente.
Logan es una película que sabe a dónde quiere ir y conoce el camino. Es una conjunción extraña entre Luna de papel, Nebraska y Los imperdonables, una mezcla que agarra inteligentemente lo mejor de cada género para formar una película coherente (a diferencia de sus dos antecedentes) y, sobre todo, emocionante. Pertenece a un grupo de películas que me resulta particularmente bello: el de las películas nostálgicas, que recuerdan un pasado más brilloso en un presente oscuro, y cuyo recorrido implica aceptar que el final es una parte necesaria de la vida, una aceptación de la muerte, de uno mismo, y de lo que vendrá después. El antes juega un papel fuerte en la película, representado en la misma narración como inspiración para libros de historietas para chicos. Por eso Logan y no Wolverine. Los apodos heroicos, los trajes vistosos, los superhéroes, son todas cosas del pasado.
Logan gana haciendo algo que muchas de las demás películas buscan pero solo lo logran superficialmente. El mundo de los cómics es un mundo de personajes, donde la continuidad siempre termina siendo irrelevante y cada etapa se trata solamente de encontrar nuevas historias que contar. Se trata de experimentar con los personajes, ponerlos en juego, desafiarlos, presentarles situaciones nuevas que los redefinan de una manera u otra. Es un juego de chicos: se mantienen las fichas pero el tablero cambia constantemente. Lo que importa es divertirse buscando cosas nuevas usando la imaginación. Si se toma demasiado en serio la aburrida búsqueda de la continuidad lo único que se consigue es un mundo que va en contra de la naturaleza más básica de la misma obra que busca adaptar. Logan (y, en realidad, la saga X-Men en general) reniega de esto. Lo importante en Logan es, justamente, Logan. Por eso mismo el tablero se va a transformar en la forma que más se adecúe a lo que convenga para honrar al personaje en su último viaje. Aceptando esto, Logan es completamente libre. No necesita referenciar ningún hecho de ninguna película anterior y de la misma manera tampoco necesita ignorarlos explícitamente. Logan funciona como una obra independiente que abraza lo más puro de su personaje. En esa frescura entran en juego, sí, la violencia explícita, el uso (a veces forzado) de la palabra fuck, pero la película funcionaría exactamente igual si no contara con esos dos elementos, como toda la saga lo vino haciendo desde su primera escena en un campo de concentración en Auschwitz, en la que un niño ve como unos soldados se llevan a su madre lejos de él para no verla nunca más.
Pasaron diecisiete años desde la primera aparición de Wolverine en los cines y yo ahora tengo veintitrés años. No sé qué tan imparcial puedo ser (tampoco creo acertado esperar que lo sea) porque lo que me pasó cuando terminó la película, cuando X-23 cambia la posición de la cruz en la tumba de Logan por una X, cuando aparecen en letras blancas sobre fondo negro el título y empieza a sonar “The Man Comes Around” antes de los créditos, todo eso tiene más que ver con mi propia infancia, con el fin de algo que empezó cuando yo era muy, muy chico, mirando la tele con mi mamá, más que con cualquier cuestión cinematográfica. O no. Lo cierto es que por más despedida que fuera, no se me habrían humedecido los ojos al final si la película fuera una porquería. Evidentemente James Mangold, Hugh Jackman, Jorge 20th Century Fox y cualquier otra persona comprometida con el proyecto entendió lo que significaba para mucha gente que esta película saliera bien. El Francisco de siete años de edad y yo estamos profundamente agradecidos porque así sea.