El último gran héroe
Resulta inevitable una mirada hacia atrás (más precisamente, diecisiete años hacia atrás), cuando Hugh Jackman le daba vida por primera vez a uno de los mutantes más sobresalientes de la saga X-Men: Wolverine, aquel personaje quien por construcción e importancia se hizo merecedor de una trilogía propia, iniciando con X-Men Orígenes: Wolverine (X-Men Origins: Wolverine, 2009), siguiendo con Wolverine: Inmortal (The Wolverine, 2013), para encontrar su final, sublime y apocalíptico, en Logan: Wolverine (Logan, 2017).
Sin duda, esta última parte ha despertado un gran fanatismo en los seguidores del mundo Marvel, y en esta despedida de la pantalla, cabe decirse, se ha logrado aquello que todos esperaban hace tiempo: una road movie con tintes de western, donde el camino del héroe hacia su esperada redención resulta impecable.
Situada en un mundo donde ya no quedan mutantes, nuestro héroe se dedica a conducir una limusina de lujo, mientras cuida de Charles Xavier, aquel fantástico mutante dotado de uno de los cerebros más privilegiados, quien actualmente padece una enfermedad senil, lo que puede convertirlo en una gran amenaza para toda la humanidad. Razón por la cual, es atendido y escondido por Logan y Caliban, otro mutante que no ha tenido opción más que pasarse del lado de los buenos, básicamente porque ya no queda otro bando del cual ser parte.
Para dar rienda al conflicto, entra en acción el personaje de Laura (X-23), interpretado a la perfección por la joven actriz Dafne Keen. La niña es perseguida por un grupo de mercenarios cyborgs que quieren hacerse de ella y otros niños mutantes productos de experimentos científicos.
En el encuentro entre Laura, Logan y Xavier, comienza la película que todo el mundo estaba esperando. Durante la huída ante el intento de protegerla es donde la acción se vuelve magnética, violenta, precisa y contundente. Un abatido Logan dará lo mejor de sí, en paralelo al actor que lo interpreta, Hugh Jackman. Él es Wolverine: se mete en su piel, en su corte de pelo, en sus heridas que curan solas y en la lucha interna entre un hombre que quiso ser mejor de lo fue y que vivió atormentado por culpas y fantasmas.
El director James Mangold logra escenas de lucha y batallas extraordinarias, plagadas de sangre y de una violencia que un personaje como Logan merecía. Una mezcla de la rudeza de Rambo combinada con la inocencia de Peter Pan. Logan lleva a los niños mutantes, a través del bosque, hacia aquel mundo del nunca jamás. Si bien sus garras son su arma letal y no una debilidad, a diferencia del Capitán Garfio, en esta historia y a través de este personaje pueden contarse muchas más historias.
Logan podría por momentos ser Drácula, quien vive su inmortalidad como un castigo; podría ser Jekyll y Hyde, preso de esa fuerza benigna y maligna dentro de él (en el film, de hecho, esto queda ilustrado de manera explícita); podría incluso ser un cowboy abatido y cansado de luchar (no es casual que en una escena Charles y Laura miren la película Shane, el Desconocido).
Podría ser todo eso y mucho más, pero por lo pronto es uno de los mejores superhéroes que el mundo del comic ha regalado, y esta última entrega cinematográfica le hace todos los honores que merecía.