La última producción de la actriz devenida en directora (éste sería su sexto largometraje), tiene el grave problema de su casi imposibilidad de ser encuadrado en un género, no es exactamente una comedia, pero tiene humor, no es una tragedia, pues no cumple desde el relato con los parámetros de ese género, tampoco es una comedia dramática, pues no hay una conjunción de ambos géneros.
Mientras las acciones se derivan en algo parecido al drama, sus diálogos por momentos son hilarantes, pero la percepción sería que estamos viendo dos películas diferentes, o si se quiere, van ambos por registros distintos.
En esto ya juega en forma directa su directora, en doble función al ser también la guionista, pues en la elección estético-narrativa su responsabilidad no se decide por ninguna vertiente.
Durante unas vacaciones en Biarritz, en el sur de Francia, Violette, (Julie Delpy) una divorciada y refinada parisina, empujada por la snob Ariane (Karin Viard), su amiga del alma, entabla relación con Jean-René (Dany Boon), un ingenuo provinciano, genio informático, y lo que debía ser una relación de una noche, contra todo pronóstico, termina siendo un idilio que atraviesa el verano. Se enamoran.
Pero los inconvenientes se originan cuando Jean-René consigue un puesto de trabajo en un banco de París, recomienza la relación con Violette, y ella le presenta a Lolo, su hijo de 19 años que vive con la madre.
El joven será quien hará lo imposible para que la relación de su madre no prospere, atacando una y otra vez a Jean, Lo que deberían ser travesuras para sostener el tono de comedia, son desde el comienzo la estrategia de Lolo para un claro sabotaje con todo lo que el término implica, al mismo tiempo que su sarcasmo se transforma en sadismo y su accionar lo establece en la psicopatía grave. Es en ese preciso instante en que el film constituye esta subtrama, que por impericia o indefinición termina siendo la principal, o paralela, a la idea del romanticismo después de los 40.
El punto es que Julie Delpy intenta poner de manifiesto la idea de los hijos adolescentes posesivos como únicos responsables de esa relación enfermiza, sin tomar en cuenta que el vinculo madre-hijo es construida desde un inicio por la progenitora. Digamos que el Edipo no se construye por generación espontánea, hace falta además del hijo, al menos una madre, y la ausencia de un padre, real o no.
No profundiza en lo más mínimo en este tema, se limita a muestra las acciones, y ese puede ser otro de sus mayores inconvenientes, nada grave, solo una elección.
De estructura clásica, el ritmo de la narración es muy cercano al cine americano al poner de manifiesto las intenciones comerciales del producto, demasiado de formula, pero nuevamente la dicotomía se presenta con los diálogos típicamente franceses.
La realización se sostiene por las muy buena actuaciones del cuarteto de actores, sobresaliendo los dos masculinos, quienes terminan por antagonismos siendo los protagonistas. Apoyados simultáneamente por los muy buenos trabajos de Thierry Arbogast en la dirección de fotografía y Mathieu Lamboley en la composición de la banda sonora.
Un filme por momentos agradables, que se deja ver y punto.