La adolescencia es un sueño eterno.
Durante el siglo XX una de las principales luchas sociales en el mundo occidental se dio en el ámbito del seno familiar entre padres e hijos alrededor de la cuestión de la autonomía y la independencia de los últimos respecto de los primeros. En el cine esta tensión se manifestó en innumerables películas sobre la emancipación juvenil. Lolo, el Hijo de mi Novia (Lolo, 2015) da vuelta la cuestión para centrarse en la necesidad de espacio de los padres ante las demandas de los hijos jóvenes.
Violette (Julie Delpy) es una mujer parisina que acaba de cumplir cuarenta y cinco años. Junto a su mejor amiga, Ariane (Karin Viard), acude a un spa para relajarse de su atareado trabajo como organizadora de eventos de moda. Allí Violette conoce a Jean-René (Dany Boon), un ingenuo informático especialista en asuntos financieros que vive en la ciudad costera de Biarritz, del que se enamora precipitadamente.
Ambos vuelven a París y el romance prospera ante la mirada reprobatoria de Eloi (Vincent Lacoste), el hijo esnob de Violette, apodado “Lolo”, un vanidoso artista conceptual sin talento que vive en la casa de su madre. La película persigue un tono de comedia en la que la relación amorosa de la pareja produce celos en el hijo y una serie de divertidos -aunque predecibles- intentos de sabotaje. La pareja compuesta por Violette y Jean-René se va desgastando debido a los roces causados por las constantes trampas de Lolo, pero los descubrimientos de los defectos también los van uniendo a medida que superan las dificultades.
Lolo, el Hijo de mi Novia le devuelve al espectador una imagen de algunos de los diversos problemas de la convivencia actual. Por un lado, tenemos la típica actitud pedante de los parisinos respecto de lo que denominan “la provincia”, un residuo de los prejuicios de la ciudad frente al campo (aún no superado en París). Por otro lado, está la falta de independencia del hijo respecto de la madre y de la madre respecto del hijo, y a su vez las dificultades que esto conlleva para consolidar cualquier relación amorosa estable.
El último opus de Delpy como actriz y realizadora exagera todas estas problemáticas hasta el absurdo para generar el efecto de comedia buscado. Todo el elenco asume la postura histriónica que mueve la trama a través de ideas ingeniosas que hasta incluyen una parodia de atentado hacker anticapitalista contra una entidad financiera francesa que pone en ridículo la seriedad de las instituciones bancarias.
La película no indaga en las causas últimas de la imposibilidad de separación de madre e hijo, poniendo la mirada en el presente y estableciendo atenuantes psicológicos en el comportamiento de un personaje que representa a estas alturas una patología sociocultural. Aun así el film sostiene eficazmente su trama con solidez gracias a un tono cómico que se impone a través de buenas escenas, personajes, diálogos y actuaciones. Delpy insta en su película a reírse de uno mismo a la vez que encuentra una interesante y desalentadora situación específica de nuestra época: la realizadora pone ante todo al amor como lugar superador de todos los problemas y a la maduración como una quimera a la que hoy se llega -no sin esfuerzo y dificultad- tal vez a los cuarenta y tantos años.