DELPY CAE EN SU PROPIA TRAMPA
Julie Delpy no sólo es una buena actriz, sino también una interesante realizadora, como lo prueba la trilogía conformada por Antes del amanecer, Antes del atardecer y Antes de la medianoche -donde participó en la redacción de los guiones- o films como 2 días en París, donde además de guionista se desempeñó como directora. Por eso Lolo, el hijo de mi novia no deja de ser una pequeña decepción.
Hay que decir que el tráiler de Lolo, el hijo de mi novia -o Lolo simplemente, como el título original- hacía presagiar lo peor y lo cierto es que el film en su totalidad está bastante por encima de lo que se podía esperar. Probablemente eso tenga que ver con dos cuestiones: Delpy es una realizadora que suele partir de ideas aparentemente pequeñas que va explorando con mayor profundidad durante el desarrollo del relato, algo que no se ve reflejado en el avance; y encima el film puede ser fácilmente asociado con toda una vertiente de la comedia francesa más masiva, que en general alcanza grandes rendimientos en la taquilla pero exhibe visiones del mundo que son cuando menos superficiales.
En Lolo, Delpy parece querer establecer una relación donde juega tanto con la cercanía como con la distancia con la comedia francesa mainstream, como si quisiera deconstruir sus códigos usando sus superficies y esquemas. Para eso, se centra en la historia de Violette (la propia Delpy), una trabajadora compulsiva que se desempeña en el mundo de la moda que durante unas vacaciones conoce a Jean-Rene (Dany Boon), un nerd de la informática y comienza una relación que al principio parece ser pasajera. Pero no, al volver a la rutina, la relación entre ambos crece y consolida, y todo parece ir viento en popa, hasta que empieza, sin prisa pero sin pausa, un obstáculo: Lolo (Vincent Lacoste), el hijo de Violette, quien está obsesionado con sacar a Jean-Rene de la vida de su madre.
No es difícil ver que Delpy busca hacer tambalear las estructuras del mainstream francés: ya en los primeros minutos hay un chiste memorable sobre los inválidos y la exitosa película Amigos intocables. Del mismo modo, se va delineando una visión sobre la vida burguesa, el peso de lo laboral y los vínculos materno-filiales que posee unas cuantas tonalidades caracterizadas por la acidez y el sarcasmo: Delpy no ve a la pareja, lo maternal, la juventud o la clase media como instituciones o concepciones a las cuales idealizar y/o rescatar pese a todo, sino como instancias que pueden funcionar como cómodos refugios pero también como trampas de las cuales es complicado salir. En eso, el personaje de Lolo -que en cierta forma es el verdadero protagonista de la película, que por algo lleva su nombre en el título- es la demostración paradigmática: es un ser joven y lindo, que sabe manejarse socialmente, pero que usa esas virtudes de manera bastante oscura, para manipular todo a su alrededor.
El problema de Lolo es que su mirada crítica es tan superficial como lo que busca poner en crisis: el film, a pesar de superar levemente la hora y media, tiene demasiados pasajes de estatismo, donde parece no saber qué hacer o decir. Del mismo modo, el conflicto es planteado de manera arbitraria y repentina, y luego desarrollado en base a una repetición de enredos y malentendidos que pronto agotan. Si la idea de Delpy era incomodar, falla en su intento, porque en general no pasa de la indiferencia. En el medio, comete un pecado demasiado importante para el género de comedia: los personajes de reparto aparecen y desaparecen sin una solución de continuidad, quedando difusos y llevando a que el relato sólo pueda sostenerse en el trío protagonista. De ahí que la película, a pesar de los cambios de escenarios, luzca muy aprisionada, con el freno de mano puesto.
Quizás lo que le sucedió a Delpy con Lolo es que cayó en su propia trampa: pretende llevarse por delante una estructura genérica, pero no consigue dar el giro disruptivo necesario y queda condenada a repetir lo mismo que cuestiona.