Una película con una trama y estética aparentemente sencilla, con un relato bien contado, con excelentes actuaciones y compromiso con la historia reciente, puede apreciarse en el sentido que esa primera instancia propone. Pero en ocasiones, esos filmes con trazos sutiles pueden tener, para quien tenga intenciones de interpretarlo, una lectura en un entramado más profundo, con reminiscencias políticas e incluso teóricas. La obra cinematográfica de Rachid Bouchareb permite estas dos lecturas.
London River comienza contando la historia de Elisabeth Sommers, una cristiana sencilla que vive en la isla de Guernesey en el Canal de la Mancha. Viuda de un oficial de marina que muere cumpliendo con sus deberes militares en la guerra de las Malvinas en 1982, siente orgullo por su marido caído en defensa de la Corona Británica por el ataque de un país del tercer mundo. Su hija vive sola en Londres. Por eso cuando escucha la noticia de los atentados del 2005 y trata infructuosamente de contactarla por teléfono, no duda en ir personalmente a buscarla.
Por otro lado, está Ousmane, un guardia forestal musulmán que vive en Francia. Hace años que no ve a su hijo Alí, quién también reside en Londres. Cuando su esposa desde Mali se entera de lo sucedido, le pide que trate de dar con el paradero de su hijo.
Desconocidos y diferentes, la señora Sommers y el señor Ousmane en el transcurso de London River van a confluir en la misma pesquisa esperanzada que los conduzca a saber de sus hijos, en medio de la conmoción general.
Si bien la búsqueda es de ambos, el film apoya la línea dramática activa sobre la madre, quién detrás de su ansiedad por encontrar a su hija, encarna naturalmente un discurso biologicista apoyado en bases teóricas que justifican el racismo. Su desesperación, como mujer blanca bien intencionada, recorre el barrio que vive su hija invadida por la extrañeza y no ahorra en el rechazo que le produce tener que interactuar casi con exclusividad con personas de etnia y cultura diferente a la de ella. De a poco, la señora Sommers va comprendiendo que para seguir el rastro de su hija, debe introducirse en el mundo musulmán. Mezquita, musulmanes, Corán e idioma árabe incluido. Y sobre todo, relacionarse con el señor Ousmane, a quién, luego del primer encuentro, acusa con la policía de haber secuestrado a su hija.
Resulta evidente que las migraciones se han convertido en uno fenómenos más complejos y polémicos de las sociedad contemporánea. En Europa, a partir de los atentados en Atocha en Madrid y en las estaciones de Londres, los extranjeros, los “otros”, los “intrusos” y principalmente los musulmanes, son vistos como potenciales terroristas.
El 7 de julio de 2005, tal cual la historia reciente que opera como determinante telón de fondo de la película, cuatro bombas explotan en tres trenes subterráneos y un autobús de dos pisos en Londres, asesinando a 56 personas e hiriendo a más de 700. London River recorre en la mirada de la señora Sommers, la internalización del proceso discriminatorio, su naturalización y el recorrido que desenrosca su mecanismo apuntando a la idea de que las bombas no eligen; matan sin selección de razas, color de piel o religión. Este rasgo redobla sentido desde el momento que los musulmanes residentes en las inmediaciones de la estación de Aldgate (más de 75 mil personas) fueron doblemente víctimas porque al trauma de sufrir un atentado en su propio barrio, se añade el temor ante el estallido de tensiones con otros grupos religiosos, la sospecha constante y una razón más para justificar la xenofobia. En este marco se vive una nueva guerra, una lucha contra un enemigo interno, cotidiano, que puede ser transversalmente aludido por un mozo, la florista o por el vecino de la vuelta. Es la biopolítica operando en la vida de las poblaciones donde las fuerzas presentes en la historia no obedecen ni a un destino ni a una mecánica sino al azar de una lucha contra un peligro virósico basado en la progresiva descalificación simbólica del inmigrante. La guerra se concibe en términos de supervivencia de los más fuertes, más sanos, más cuerdos, más arios.
La pobre señora Sommers absorbe y reproduce con facilidad el sistema de amenazas focalizando en aquel que cree que posee la potencialidad de afectar el orden social. Esa es la llave de la nueva guerra basada en el eje histórico-biológico."Defender la sociedad" es el nombre que da Foucault a esta guerra de las razas y su conversión en el racismo de Estado. En él, el colonizado o nativo, el loco, el criminal, el degenerado, el perverso, el judío, el musulmán, aparecen, cada uno a su tiempo, como los nuevos enemigos de la sociedad. Cualquiera puede ser el “otro” y su lógica no está atada a ninguna frontera, nacionalidad ni a ningún punto fijo. Eso es insoportable. Y agrega Foucault, el racismo es la condición de aceptabilidad de la matanza en una sociedad en que la norma, la regularidad o la homogeneidad, son las principales funciones sociales en tanto procedimiento de las sociedades de control. Por eso, en London River, si los antitéticos personajes se acercan, casi se comprenden y se unen es porque detrás se halla una profunda comunión universal como es la búsqueda de sus seres queridos. Pero luego, cuando la tragedia muestra su verdadera cara, lo humanamente generalizable se vuelve a tornar pequeño y particular ante la presencia concreta de la muerte.
Párrafo aparte merecen los dos actores que dan vida a los protagonistas. La actriz británica Brenda Blethyn, (la que hace de madre de Secretos y mentiras, o la de El jardín de la alegría) traza el punto justo en su interpretación y seguimos con interés sus peripecias. Por su parte, Sotigui Kouyaté, el actor malí, despliega su porte con igual dosis de intensidad y sutileza.
Ver London River deja un sabor agridulce. Es que a través del drama singular y de la historia actual contada a través de un muy buen relato cinematográfico, se escurre una angustia inespecífica, un vacío que nos enfrenta a los clichés explicativos y la multiplicidad de sentidos que nos rodea. El final algo abrupto de la historia y luego una secuencia paralela, devuelve a los dos personajes a un punto de origen pero en tono más desgarrador y realista cumpliendo con una resolución lógica al drama pero dejándonos al igual que a los protagonistas, un poco más solos en el abismo de las marañas contemporáneas.