Milagros y malvados caricaturescos
Hace tres años se estrenó en todo el mundo Ataque a la Casa Blanca, película sobre una invasión norcoreana a la residencia del presidente estadounidense, en Washington. No se trataba de una película notable, pero al menos tenía al frente a un director con oficio como Antoine Fuqua. El buen resultado comercial de aquel film obligó a una secuela que tiene un nuevo realizador (el iraní Babak Najafi), nueva ciudad (Londres) y nuevos enemigos (fanáticos islamistas y traficantes de armas de origen paquistaní).
Cuesta creer que todavía se filmen películas con malvados tan caricaturescos como los de Londres bajo fuego (los hay también africanos), pero aún más que la narración sea tan torpe e inverosímil. Todo arranca con el funeral del primer ministro británico, al que asisten decenas de mandatarios. Pero resulta que casi todos los policías encargados de custodiar el evento son... ¡terroristas! Y el evento se convierte en una carnicería humana.
El presidente de Estados Unidos, Benjamin Asher (Aaron Eckhart), y su leal agente del servicio secreto, Mike Banning (Gerard Butler), escapan milagrosamente (a los tiros) y deberán correr por una ciudad dominada por los extremistas. Contarán apenas con la ayuda de algunos agentes del MI-5 y, desde casa, del vicepresidente (Morgan Freeman) y otros altos funcionarios (Melissa Leo, Robert Forster y Jackie Earle Haley, entre ellos).
Las escenas de acción son -en el mejor de los casos- profesionales, pero en este remedo de Duro de matar -que parece una máquina propagandística destinada a estereotipar y estigmatizar- se extrañan la tensión, el humor y la capacidad de sorpresa. Una película (un producto) sin personalidad ni riesgo.