Ante películas como Londres bajo fuego, uno puede elegir dos caminos. Tomárselas en serio y abstenerse a las consecuencias de hacerse malasangre; o aceptar la divinidad de la comedia, aunque sea involuntaria y esperar pasar un buen rato a pesar de todo.
Secuela del film de 2013, Ataque a la Casa Blanca; cambio de director mediante, sale el experto en acción Antoine Fuqua, en su lugar se ubica el más desconocido - aunque no con escasa trayectoria - Babak Najafi (Sebbe, Easy Money II); aunque esto, a la hora de los resultados poco cambie. Ambos dotaron al producto del mismo vértigo, el mismo montaje veloz, y la misma pericia para hacer que el film se vea más grande de lo que es.
Cambio de ambiente, ya no estamos en Washington y en las cerradas paredes de la Casa Blanca. La acción se desarrolla por las calles de Londres, tal cual indica el título. El guardaespaldas del presidente de los EE.UU. Mike Banning (Gerard Butler) tiene planeado su retiro ante la inminente noticia de que será padre. Antes de anunciarlo, le es asignada una nueva guardia, debe escoltar a su protegido en un viaje a la capital inglesa por el funeral del Primer Ministro de aquel país, en hechos no muy claros.
Al encuentro, asistirán los líderes de los principales países del mundo; y el operativo de seguridad es enorme… pero puede fallar.
A los pies de la ceremonia, una serie de atentados comienzan a sucederse y los blancos son cada uno de los mandatarios. Hay traiciones de falsos policías, dobles agentes, y encubiertos de toda clase. Todo es un caos; por suerte lo tenemos a Mike Banning.
Si la primera entrega imitaba descaradamente a la primer Duro de Matar con su clima opresivo y con la idea del héroe que debía redimirse salvando a su país de los terroristas. Esta es más similar a sus secuelas, sobre todo a partir de Duro de matar 3, más abiertas, con un mayor grado de carisma o empatía buscada, y en plan buddy movie forzada.
Si allá por el ’96 les había parecido ridículo ver al presidente Bill Pullman pilotear un avión de guerra para combatir aliens en Día de la Independencia; prepárense ahora para ver al Presidente Benjamin Asher (Aaron Eckhart, quien alguna vez perfiló como actor de fuste) formar equipo con su guardaespaldas y patear unos cuantos traseros árabes.
Porque sí, si en la entrega anterior los terroristas fueron norcoreanos, ahora son árabes; o algo así, son extranjeros y eso es lo que importa. Todo es así en Londres Bajo Fuego, una película realmente muy ofensiva para aquel que no sea caucásico, estadounidense, heterosexual, y con una familia constituida.
Las líneas de diálogo habría que releerlas para creer que es cierto lo que vimos. El grado de insulto es absolutamente mayor al de Ataque a la Casa Blanca (y ya es mucho decir en una película que utilizaba un busto de Lincoln como arma). Pero a diferencia de aquella, pareciera que el guionista, que sigue siendo el mismo, Creighton Rothenberger, aprendió una extraña lección. Si gran parte del mundo (aun yanquis pero que no cumplan con algún punto del estereotipo ideal planteado) va a odiar el mensaje que les estás enrostrando, haceles un guiño de que todo es en joda.
Ataque… era demasiado solemne, se creía todo lo que planteaba, y sí, nos daban ganas de patear la pantalla. Por el contrario, Londres abre el juego, es tan ridícula, tan estúpida, que no podemos más que reírnos; y si realmente los responsables del film creen en lo que están diciendo, deberíamos tenerles algo de piedad por semejante acto de credulidad.
Butler y Eckhart tienen química, y al primero se lo ve menos atado en la necesidad de dotar a su personaje de emociones, puede limitarse a pelar músculos, empuñar armas y dibujar una sonrisa pétrea como si estuviese en un acto escolar. Al presidente es a quien más diálogos vergonzosos le escucharemos decir, y sí, nos resulta hasta simpático.
El elenco que acompaña es interesante, a los repitentes Morgan Freeman, Radha Mitchell y Angela Basset (con una escena que hay que ver para NO creer), se les unen Melissa Leo, Robert Foster, y Jackie Earle Haley. Pero no estamos ante un film que prevalezcan los personajes ni las actuaciones. Todo es tiros, explosiones, situaciones increíbles, y una ciudad sitiada.
Depende como uno entre a la sala. Se supone que estas propuestas no engañan a nadie y cuando pagamos la entrada ya sabemos qué vamos a ver. Londres bajo fuego es odiosa, desagradable e insultante; también es una pavada, quizás como tal deberíamos aceptarla.