Patriotismo de manual
En Estados Unidos la guerra contra el terrorismo nunca acaba, ni siquiera en el cine. Pero independientemente de sus causas meramente políticas, Hollywood siempre tiene preparada una historia que realce el intachable patriotismo norteamericano en su rol como policía del mundo. Algo que no sorprende porque lamentablemente ya estamos acostumbrados.
Repitiendo gran parte del elenco principal, “Londres bajo fuego” (London Has Fallen, 2016) vendría a ser la secuela directa de “Ataque a la casa blanca” (Olympus Has Fallen, 2013) – representación del temor norteamericano por una invasión de Corea del Norte – pero en este caso ampliando de la misma vorágine bélica y heroica sin escalas hasta Europa.
Gerard Butler vuelve a ser Mike Banning, agente del servicio secreto y amigo personal del presidente de los Estados Unidos, Benjamin Asher (Aaron Eckhart). Una suerte de soldado modelo hecho a base de “whisky y malas decisiones”. Pero justo cuando Banning planeaba enviar su carta de renuncia para poder dedicarse a su familia, ambos (guardaespaldas y presidente) deberán viajar a Londres para presenciar el funeral del recientemente fallecido primer ministro británico. Aunque no pasará mucho tiempo hasta que se descubra que todo en realidad es una trampa perpetuada por un grupo terrorista paquistaní para matar a los principales líderes del mundo. Es así que teniendo todas las de perder y a los extremistas infiltrados en la Scotland Yard, Banning tendrá que hacerse paso entre el fuego cruzado y escapar con el presidente sin morir en el intento.
London-Has-Fallen-Butler-Eckhart
Está claro que este tipo de argumentos no predispone a esperar mucho más que acción sin sentido y poco más que bonitas explosiones, y es que en realidad no estaría mal admitirlo. Londres bajo fuego es una película de acción basada en otras películas de acción. Sus diálogos son casi en su totalidad one-liners para rematar el chiste que significa cada muerte, la violencia es totalmente fortuita y la sangre se encuentra de a montones. Ni siquiera Morgan Freeman interpretando al vicepresidente norteamericano puede evitar que todo se resuma a un simple tiroteo de poco más de hora y media.
Pero dejando el exceso de adrenalina de lado, es curiosamente irónico que su director Babak Najafi sea iraní de nacimiento, y al mismo tiempo pueda ser capaz de dirigir un film tan racista y xenófobo que catalogue a cualquier persona con acento árabe como inminente amenaza para el mundo occidental. Y si esto no fuera suficiente, tenemos que ver una infinidad de estereotipos culturales representados burdamente en los máximos mandatarios de cada país. Dando pie a escenas superfluas en donde parece totalmente necesario para la trama retratar al presidente italiano como un mujeriego empedernido, o al primer ministro japonés furioso con la impuntualidad de su chofer mientras se derrumban edificios a su alrededor.
En este mundo dominado por héroes de acción que todo lo pueden, los árabes siempre serán terroristas, los italianos seductores y los japoneses obsesivos con el horario.
En definitiva, todo depende de lo que se quiera ver en producciones como esta. Porque detrás de esta adaptación moderna de los mismos clichés repetidos desde los ’80, se encuentra una película de acción genérica para pasar el rato sin mayores pretensiones. Y a veces eso es lo que uno tiene ganas de ver, aunque la discriminación racial sea imposible evitar.