Experimento que aburre pronto
Esta locura tendría que ser más corta e incluir el making off. Porque lo más interesante es la forma en que se hizo. Según cuenta su autor, Andrés Andreani, se rodó en un solo día con 27 actores moviéndose por todos los rincones de una amplia casa, todo milimetrado y registrado por ocho cámaras ubicadas en diversos lugares, a fin de mantener la continuidad emocional y hacer la película entera sin perder tiempo en reubicaciones.
La verdad, no es un recurso del todo novedoso. Ya en 1979, y con película analógica, lo había probado (y se había lucido) el ruso Eldar Riazanov en «Garage», ambientando su drama en un enorme edificio de departamentos con salón para multitudinarias discusiones de consorcio pero poco espacio para autos (película que se vio con aplausos en los buenos tiempos del Cosmos). Ahora se pueden hacer cosas todavía más arriesgadas, y Andreani lo hace, gracias a la tecnología digital y el espíritu lúdico de los amigos que se juntaron para el experimento, entre ellos Dennis Smith, la rubia violinista Janet Bar, Joel Drut, Ignacio Huang, la productora Cinthya García Calvo y otros cuantos entusiastas bien predispuestos.
El problema, como suele ocurrir tantas veces, es la historia. Que pinta lindo cuando uno la cuenta: empezó la Tercera Guerra Mundial, la gente está nerviosa y desorientada, y unas flacas pintorescas buscan algo que alguien le envió al abuelo de Graciela Alfano: la partitura del final opcional de «Turandot», de Puccini, compuesta por Bela Bartok. Con ella pueden lograr que vuelva la paz universal. Hay otro chiste bueno: alguien propone un voto de silencio hasta que termine la guerra. «¿Así se terminará más rápido?» «No sé, pero habría menos ruido». Lástima que esas y otras chispas de ingenio queden aplastadas por un exceso de crispaciones y reiteraciones inconducentes que a los diez minutos ya empiezan a cansar. Y dura 85.