Uno que viene del futuro y se ve en el pasado
Bruce Willis y Joseph Gordon-Levitt interpretan al mismo personaje en un encuentro que oscila entre la desconfianza y el malestar por tener que cumplir su objetivo. Entre la obra maestra y el recipiente de desechos.
Viajes en el tiempo, del futuro al pasado, de 2044 a 2014, una estrella incipiente (Joseph Gordon-Levitt), otra ya veterana y siempre canchera, como si las hubiera vivido todas (Bruce Willis) y un director de prestigio (Rian Johnson) debido a su opera prima (Brick, 2005). La mesa está servida para los fanáticos de la ciencia ficción ajena a los lugares comunes, es decir, dentro de esa lista interminable que abarcan Terminator, Blade Runner y hasta la saga X-Men. Las citas a estos y otros títulos genéricos resulta inabarcable, desde la sutileza hasta la intertextualidad, desde el homenaje subrayado al guiño cómplice. Looper: asesinos del futuro, al estilo film de Tarantino, será un cóctel perfecto para muchos o un tacho de basura con objetos residuales y descartables para tantos otros. Dependerá desde qué lugar se mire al género, o al mestizaje genérico que propone Rian Johnson, para que Looper sea una obra maestra o una astuta acumulación de materiales ajenos reciclados con cierta inteligencia. En realidad, la película no es tanto ni tan poco.
La primera parte, la hora inicial, es arrolladora debido a sus ideas y a la destreza narrativa de la que se vale Johnson para construir una historia original. Los loopers, los mafiosos en cuestión, esperan el envío de su víctima proveniente del futuro, le pegan un par de balazos y cumplida la misión. Pero uno de ellos, Joe (Gordon-Levitt), se encuentra con él mismo, 30 años después, en la piel de un veterano Bruce Willis, razón por la que se establecerá una particular relación entre ambos que oscila entre la desconfianza, el malestar por cumplir el objetivo y la posibilidad de abortar la misión. Cuestión más que improbable porque los mafiosos andan por todos lados y el poder acosa al sorprendido Joe. O a los dos Joe, claro está.
En ese primer segmento, el film alterna escenas de una violencia seca y contundente junto a las ironías de las que sólo alguien como Bruce Willis, que hace tiempo está más allá del bien y del mal, puede sostener con su transparente simpatía. Son los momentos donde Looper ancla en el terreno de la acción y toma a la ciencia ficción con una bienvenida ligereza, sin necesidad aun de recurrir a una mirada presuntuosa sobre la historia. Pero la película se quiebra en su tono eficaz cuando en la segunda mitad se convierte en un ejemplo de cine reflexivo, invadido por otra clase de ideas, ahora sí, que fluctúan entre la banalidad y los mensajes de segunda mano que también caracterizan al género en su versión más autosuficiente. Como si la extraordinaria Terminator (1984) hubiera pasado a manos de Stanley Kubrick, aquel nombre intocable para muchos, discutible para tantos otros. Y que me perdonen los fans del creador del 2001: odisea del espacio, tal vez una de las grandes mentiras de la historia del cine.