El giro del final te va a salir
A pesar de lo que podría indicar su título, no es Looper: asesinos del futuro (a partir de aquí Looper, a secas) una película de esas con múltiples giros y vueltas de guión precipitadas hacia el final: no es un film con final sorpresa, sino que lo que ocurre en ese desenlace es más bien una consecuencia a determinado asunto. Como decíamos, Looper tiene una vuelta única hacia el final que más que vuelta podría ser considerada una revelación o una resolución a un conflicto que tarda en presentarse y que aquí no revelaremos, pero que tiene que ver con cierto niño que aparece por allí. Lo que sí podíamos adivinar y se cumple, es que Looper es una obra que si bien está recostada sobre la ciencia ficción y la acción, es más bien una película de autor, con todo lo bueno y lo malo que esto incluye. Está claro que Rian Johnson, director de Brick y Los estafadores, y de dos capítulos de la genial serie Breaking bad (uno de ellos, Fly, es una maravilla de tensión y locura), es un tipo al que los géneros parecen importarle más como una señal que llame la atención del espectador que como una posibilidad expresiva, y lo que hace es, a partir de eso, jugar e intentar algún tipo de reflexión. Looper alterna buenos y grandes momentos, con otros demasiado preocupados en volverse cool o adjuntar datos inútiles que no hacen a la cuestión de fondo. Lo gratificante, en todo caso, es que aquellos momentos logrados hacen crecer al film exponencialmente.
Looper hace referencia al oficio de viajeros en el tiempo de los personajes centrales del relato, asesinos a sueldo, pero también es una presencia constante en el entramado narrativo que dispone. Porque Johnson no pauta la película a partir de giros en la historia, sino que lo hace a partir de enrular el tono y el registro con el que cuenta y construye: Looper arranca casi como un neo noir, con destellos de futurismo distópico, adosa luego elementos de la ciencia ficción paradojal con el protagonista desdoblado viviendo un mismo tiempo, avanza con algo de acción salvaje (y para ello hace uso de un Bruce Willis más iconográfico que nunca), merodea el cine de mafias urbanas a lo Scorsese y se acerca hacia el drama existencialista, un poco a la Shyamalan con ecos de El protegido aunque también hay rastros de los X-Men, especialmente en la crisis que genera la imposibilidad de manejar un poder y el débil hilo que separa el bien del mal. Pero hay más, mucho más. Si todo esto parece un poco enroscado y confuso, verlo no lo es menos: la barroca estructura de Johnson obliga no sólo a la película a recomenzar una y otra vez, sino al espectador a reacomodarse a lo que la película dispone. Esto, que puede ser un ejercicio atrevido y hasta provocador (pensar en el espectador potencial de esta película, alguien que busca tiros y explosiones, y que es constantemente sacudido y desacomodado), genera algunos momentos anticlimáticos, especialmente aquella subtrama que incluye al personaje de Emily Blunt y que viene a quebrar el ritmo intenso que Looper comenzaba a tener una vez que cruza a Willis con Josepsh Gordon-Levitt.
Ya que hablamos de los protagonistas, que interpretan a un mismo personaje en dos momentos diferentes de su vida pero que por obra y gracia del guión se cruzan, es interesante ver cómo Johnson los usa en una función expresiva (vale decir que Looper sería imposible sin Bruce Willis, ya que es sobre su simbolismo cinematográfico que buena parte de la historia se sostiene: cómo no entender la escena de las aspirinas, por ejemplo, sino como un guiño hacia Duro de matar). Cuando Looper es el Joe joven de Gordon-Levitt, especialmente en la primera parte, se parece más a ese cine independiente canchero y cool del que director y actor provienen, con ecos a El samurái de Melville por cómo la violencia seca y el tiempo tienen una relación directa. Pero cuando Looper es el Joe viejo de Willis, le entra una energía especial, una vitalidad que la dispone a la acción, una electricidad que arruga cada plano cuidado y esteticista de Johnson, y la película adquiere vida alejándose de sus manierismos posmodernistas. Hay un momento que es ejemplar en este sentido, y es la excelente escena de la cafetería en la que ambos Joe charlan: alcanza con ver cómo Willis hace de Willis mientras Gordon-Levitt hace que hace de Willis, pero como de un Willis anterior al rugoso de hoy. En esos cruces es donde Looper muestra su costado más arriesgado y donde Johnson deja en claro que su película es una constante experimentación en la que incluso algo puede salirse de su cauce y no ser tan perfecto. Eso que le reclamo al control total del Frigorífico Christopher Nolan.
Hay que decir que luego de ese encuentro en la cafetería, Looper arriba a esa subtrama en medio del campo, con Emily Blunt en pose campirana machona, pero al igual que con ese personaje le iremos descubriendo progresivamente detalles, sensibilidades que nos conducirán hacia el final. Es casi un reinicio y cuesta hacerle frente, especialmente porque apuesta a unos tiempos más relajados a los que la película nos había acostumbrado hasta entonces. Pero cuesta hacerle frente, sobre todo, porque aparecen algunos elementos sobrenaturales que por poco ponen a la película al borde del ridículo absoluto. Digamos que de ser Shyamalan, Looper se hubiera desbarrancado hacia el disparate atómico y hubiera salido bien (La dama en el agua) o mal (Señales). Pero a pesar de casi rozarlo, Johnson sale airoso porque por empezar es alguien a quien lo ridículo no le cuadra (es un director independiente y de arte ¡caramba!) y porque aún bastante traída de los pelos, la película contiene una sincera reflexión final sobre la violencia y el mal que la convierten en una propuesta romántica y decididamente humanista. Sin revelar demasiado, Looper dice que el mal no es un fin sino una consecuencia, de la falta de amor, de cariño, de afecto, de comprensión; de sentirse un Otro desplazado como elemento social. Sin embargo, el final no es conclusivo sino abierto, incluso inquietante. ¿Qué despierta al mal? En ese giro final casi bucólico en medio del campo, Looper encuentra una belleza impensada hasta entonces. Y nos suelta bastante melancólicos.