El director de "El etnógrafo" documenta el detrás de escena del artista visual contemporáneo.
Si buscamos un común denominador entre Bonanza (2001), El etnógrafo (2012) y López (2020) observamos que los documentales de Ulises Rosell se centran en personalidades extravagantes, pertenecientes al subdesarrollo que retratan, e incansables en su capacidad creativa.
Más allá de las diferencias tenemos con Marcos López una figura en sí misma. Por su reconocimiento mundial y por su mirada peculiar del mundo. Indagar en ese universo, en su psiquis reflejada en su comportamiento cotidiano, nos lleva al artista, al creador incansable, valorado y difícil de predecir. López es un retrato íntimo sobre la relación entre el artista y su obra y no sobre su obra en sí, que parece desprenderse de su relación con el mundo que lo rodea.
La película hace foco en el momento de crisis que atraviesa Marcos López: acaba de cumplir sesenta años, falleció su padre y su hija se va a vivir al exterior con la madre. Ese conflicto reconfigura su vida, mudanza incluida, y atraviesa emocionalmente su comportamiento.
Con humor Rosell refleja sus contradicciones, su genio y el germen de su obra. El sentido del humor que subyace en este retrato -que se retro alimenta entre el director de la película y el artista retratado, el retrato del retratista- le dan cierto encanto a la neurosis de Marcos López, sus vínculos con su hija de 16 años, con su madre y con los curadores de sus exposiciones. Un humor que por momentos parece ser el motor para sobrellevar las angustias existenciales de todo artista.
Pero López es lo que es por Marcos López, todo un personaje en sí mismo, en una película que le rinde homenaje con los mismos códigos con los que se maneja en la vida cotidiana el artista, los colores variopintos por ejemplo. Al finalizar la proyección la sensación de misterio ronda alrededor de su proceso creativo, pero se percibe cierta comprensión del mundo que, el creador multifacético y ser humano tan particular, retrata mejor que nadie.