De paseo por la muerte
Son demasiados los temas que aborda el filme de la directora australiana Cate Shortland, a riesgo de perderse entre tanta maraña, con los que va construyendo un relato maravilloso, desde varios puntos de vista poco usuales y todos condensados en el nombre del personaje que da título a la película. Principalmente atravesando a lo largo de toda la proyección la idea del fanatismo, la perdida de la inocencia, la verdad oculta, el amor, la amistad, los blancos, los negros, los grises, el color, esboza simultáneamente temas éticos y morales de cómo mostrar el designio de victimas y victimarios, de triunfadores y derrotados.
Todo envuelto en un marco donde la naturaleza neutra, impiadosa, protectora, bella, juega, gracias a la pericia de la responsable final, como otro personaje de vital importancia.
Es una mirada del fin de la Segunda Guerra Mundial desde el punto de vista de una niña alemana criada bajo los estandartes del nazismo, casi se podría leer como una continuidad o, más exactamente, como las consecuencias que produjo lo que denunciaba Michael Haneke en “La Cinta Blanca” (2009).
Esta adolescente deberá hacerse cargo de sus 4 hermanos, luego que sus padres, miembros de las SS, hayan sido tomados prisioneros por el ejército aliado. Ella tiene 15 años, su hermanito menor es un bebe.
Mediados de 1945. El ejército alemán se encuentra diezmado. Las fuerzas aliadas están entrando por todo el país, y así, con sus padres ausentes y el Tercer Reich desmoronándose, la joven Lore (Saskia Rosendahl) decide llevar a sus cuatro hermanos 500 kilómetros a través de Alemania hasta un lugar seguro en casa de la abuela materna.
En el trayecto por ese espacio natural, se encontrará con un joven judío que también está huyendo, él los ayudará a pesar de los desencuentros, al mismo tiempo que será el promotor, la vía en el despegue primaveral del deseo en Lore.
Lo que se transforma en un viaje iniciático para ella, una verdadera road movie, hasta llegar a la casa de su abuela, pero mucho más importante el recorrido interior al que se ve expuesta, la transformación que la certeza de una verdad desconocida termina por provocarle. De una mentira que termina desgarrando.
La realización se constituye de manera clásica, su estructura es lineal, no hay rupturas temporales, no las necesita, todo queda muy claro, apoyado en un muy buen guión, un diseño de sonido trabajado por momentos desde la empatia y en otros de manera contrapuntística.
Pero lo que termina por colocarlo como una película diferente, ya no sólo desde la mirada alemana del conflicto o desde el punto de vista de una niñez que se va perdiendo, es su un gran trabajo de fotografía sustentado en el manejo de la cámara que experimenta en la elección de los encuadres, mayormente primeros planos, planos detalles, el bosque, las plantas, la vida que continua, lo que podría caer en una cuestión puramente esteticista, pero que en verdad juega de contrapeso del horror, la muerte, la violencia, que van descubriendo tanto esos niños como los espectadores.
Lo interesante en esta cuestión es que en ningún momento se percibe una manipulación de la directora sobre la mirada que debemos ejercer.
El filme se construye a través de las miradas, las imágenes, pocos diálogos, los necesarios, permite que el espectador reconstruya lo ausente, lo no nombrado, por momentos que haga volar su propia imaginación, casi todo se va cimentando a partir de lo sugerido, nada es taxativo, ni los sentimientos más arraigados pueden sostenerse.