¡Viven! sin cine.
Más allá de las interpretaciones del título de la nota (“vivir sin cine” no sería vivir), éste hace referencia al film ¡Viven!, que en 1993 dirigió Frank Marshall y que vamos a tomar como punto de partida para discutir sobre Los 33, la película coproducida entre Estados Unidos y Chile sobre los treinta y tres mineros chilenos enterrados setenta días en una mina en la ciudad de Copiapó.
Dos de las gestas de supervivencia más grandes de las últimas décadas fueron muy cercanas. En 1972 un avión de la Fuerza Aérea uruguaya cayó con un equipo de rugby en la cordillera de Los Andes, justo en el límite entre Chile y Argentina. 16 de ellos regresaron con vida tras soportar 72 días en la montaña. El 5 de agosto de 2010, 33 mineros fueron enterrados a 720 metros de profundidad en la mina San Jose del desierto de Copiapó, y tras setenta días fueron rescatados tras un esfuerzo descomunal de los equipos de rescate.
Estas historias suelen tener gran atractivo para el cine. Borges decía que el western había recuperado la épica a través del cine como herramienta, ya que en el siglo XX la literatura era anquilosada. El western como máxima expresión de conquista, así como todos los géneros del cine, aportaron una nueva épica estética, con un lenguaje propio. Y estas historias de supervivencia extrema están pintadas para ser fotografiadas y narradas en pantalla grande.
Claro que hay maneras y modos, y en el cine lo único que nos interesa son las formas. Patricia Riggen elige una manera televisiva para narrar Los 33. No construye personajes ni enlaza ideas. Los liderazgos en la resistencia minera, Mario (Antonio Banderas) y Don Lucho (Lou Diamond Phillips), no se construyen mediante ejemplos, no se les da espesor a los personajes más allá de algunas frases que Banderas -una vez más- decide sobreactuar. Riggen descansa en la historia, en lo conocido, en lugar de construir cine. Lejos de Marshall en ¡Viven!, donde Parrado (Ethan Hawke) y Canessa (Josh Hamilton) se iban revelando como líderes con pensamientos opuestos sobre cómo resolver la situación, y llevaban la tensión casi a un duelo personal. Es claro que Frank Marshall entiende el clasicismo (se dio el lujo de incluir humor y aventuras en una película donde hay canibalismo) y que Patricia Riggen nunca pensó en procedimientos clásicos y sí decidió que el espectador conecte la película con su memoria emotiva sobre el hecho y no a través de ingeniar sentido cinematográfico.
La subtrama de los familiares luchando por la vida de sus parientes contra la burocracia estatal es débil, sobreexplicada y sonsa. El discurso políticamente correcto de Riggen -en donde en el estado son todos buenos y no hay maldad, solo heroicidad patriótica- te lleva al lugar que te deja cualquier gesta nacionalista: ninguno. Sebastián Piñera (interpretado por Bob Gunton) se recibe de héroe de manera propagandística, sin matices ni ambigüedades. Solo los dueños de la mina, los privados, tienen la culpa de lo sucedido. La película exculpa cualquier tipo de responsabilidad estatal. Los 33 es una película oportunista, televisiva y que no le aporta nada al género. Solo busca hurgar en la memoria y relacionar con la noticia, pero sin lograr valor agregado a la maquinaria cinematográfica.