Una historia real fascinante no garantiza de ninguna manera una gran película. Y “Los 33” es un buen ejemplo. Con su elenco internacional de estrellas y sus aires de superproducción, la película que narra la odisea de los 33 mineros que en 2010 quedaron atrapados dos meses bajo tierra en una mina de Chile desperdicia el potencial de un drama que tuvo en vilo al mundo entero. Todo es cuestión de cómo se cuenta. Y ahí está el problema. La directora mexicana Patricia Riggen eligió un tono más cercano a una telenovela que a una producción de Hollywood. Más allá de un esquematismo previsible y ciertas torpezas, la película resulta plana, ilustra la historia tipo “Billiken” y no tiene tensión en la narración ni belleza cinematográfica. Con este planteo, que redunda en conflictos previsibles, las dos horas de metraje se vuelven pesadas. Las caras conocidas del reparto tampoco alcanzan para dar verdadero carácter a los personajes. Antonio Banderas hace lo que puede (que nunca es mucho) en su papel de minero líder, pero se pasa de registro y por momentos cae en la caricatura. Y Juliette Binoche trata de remontar un personaje que le queda definitivamente incómodo. La paradoja es que “Los 33” sólo logra un golpe de emoción al final, cuando los mineros “reales” sonríen en una playa mientras suena de fondo el clásico de Silvio Rodríguez “Al final de este viaje”. Ese pequeño y modesto “clip” tiene más valor que toda la película.