Desgraciados
“Estamos bien en el refugio los 33”, mostró sonriente el presidente Sebastián Piñera mientras fotografiaban un deteriorado papel y las imágenes comenzaban a transmitirse en directo en medio de un despliegue mediático colosal. El derrumbe en la mina San José comenzaba a convertirse de tragedia a epopeya en el seno del gobierno chileno, algunos ya empezaron ahí mismo a hablar de una historia cinematográfica sin importarles realmente mucho el destino de los trabajadores que recién pudieron reencontrarse con sus familias después de dos meses. Llegó a Hollywood, el gestor fue Mike Medavoy (productor de El cisne negro y Robocop, entre otras) que vivió un decenio en Chile y conoció a los damnificados, aunque quedó encallado en la vacuidad. En sintonía con El clan, este film parte de una historia que todos conocemos de principio a fin y no sabe contarla bien, menos generar interrogantes o aportar datos hasta el momento desconocidos.
El reparto es injustificable (ingleses, españoles, chilenos, mexicanos, norteamericanos y un filipino), increíblemente fue filmada en Colombia y termina convirtiéndose en una película descabellada en el afán de un patriotismo exacerbado. Mario Sepúlveda (Antonio Banderas) es el líder de los mineros y a pesar de los 700 metros de profundidad, la escasez de comida y una temperatura que no baja de los 35º, nunca intenta desanudarse un pañuelo que no cumple un fin más que estético. La iluminación es de las pocas herramientas bien utilizadas: siempre en penumbras, transmite la claustrofobia y la opresión alcanzando el clímax cuando la inanición genera alucinaciones. El presupuesto abultado y la multiplicidad de recursos son la otra cara de películas de encierro como Enterrado que en la austeridad llegaron a reflejar de forma exitosa argumentos escabrosos en espacios incluso más reducidos.
En el desierto de Atacama no hay mucho para ver, bajo la tierra hay yacimientos mineros y por sobre ella las empresas que los explotan; van y vienen mineros. Ellos trabajan entre 8 a 12 horas diariamente en las minas subterráneas, la jurisdicción no lo señala como trabajo insalubre aunque es de sentido común el riesgo al que se ven expuestos. Parecía un día como cualquier otro cuando el jueves 5 de agosto de 2010 un derrumbe sepultó vivos a 33 empleados de San Esteban Primera. Lejos de utilizar la exposición para denunciar las condiciones laborales de estas personas que de un tiempo a esta parte no vieron grandes mejorías, aquí se termina reivindicando la figura de un presidente que vio en esta tragedia un manotazo de ahogado en un gobierno que se precipitaba en la caída de su imagen positiva. Piñera (Bob Gunton) no aparece mucho en cámara pero está en los momentos claves para connotar las intenciones.
El papel del Estado está representado por Laurence Golborne (Rodrigo Santoro), el ministro de Minería y jefe del operativo de rescate que es también el mediador entre las familias de los mineros que rápidamente armaron un acampe en la entrada al yacimiento de oro. Golborne simboliza la persistencia en un caso que en su génesis ya estaba perdido, y la actuación de Santoro es aceptable aunque la que se lleva los aplausos (si los hay) es la chilena Cote de Pablo, encargada de personificar a la novia embarazada de un joven minero e interpretar -con creces- Gracias a la vida, fundamental en el cancionero sudamericano y leitmotiv de las 33 historias que se cruzan dentro y fuera de la mina.
La alcaldesa del “Campamento esperanza” es la hermana de un minero, María Segovia (regular pero magnética Juliette Binoche), quien pone el cuerpo al pedido por una búsqueda exhaustiva que todo el tiempo parece flaquear. Completan los mineros protagonistas: Luis Urzúa “Don Lucho” (Lou Diamond Phillips), Darío Segovia (Juan Pablo Raba), Edison “Elvis” Peña (Jacob Vargas), Alex Vega (Mario Casas), Yonni Barrios (Oscar Núñez) y José Henriquez (Marco Treviño).
Estábamos bien sin Los 33, película a veces lenta y vacía de contenido, que no termina de convencer ni por el peso de la narrativa o la historia en sí misma. Como último golpe bajo se intercalan con los créditos imágenes de los mineros mirando fijo uno por uno a la cámara; después comparten una comida cerca de la orilla del mar. Algunos parecen con sus gestos pedir perdón porque seguro la habían visto en pre-estreno y no deben recordar que entre sus compañeros estaba el gladiador que interpreta Antonio Banderas.