Los 33 merecían algo mucho mejor
La película cuenta lo ocurrido en la mina San José, en pleno desierto chileno, cuando 33 mineros quedaron atrapados a causa de un derrumbe. Mientras bajo tierra las víctimas se organizan para sobrevivir, en la superficie se desarrolla una carrera contra el tiempo para salvarlos.
La de los mineros chilenos es “la” historia. Siempre la realidad de lo que vivieron -y de lo ocurrido sobre sus cabezas- estará por encima de la ficción. Cualquier expresión artística motivada por el tema corre con desventaja; es un riesgo que asumen los creadores. Esa no es una carta abierta a la superficialidad, el trazo folclórico “for export” y la banalización, elementos que nutren “Los 33” y hacen de la película un gigantesco paso en falso.
Los mineros le contaron sus experiencias al escritor estadounidense Héctor Tobar y él les dio forma de libro. Es el texto que tomó Patricia Riggen (la directora de “La misma luna”) para desplegar su versión del drama que mantuvo en vilo al mundo en 2010.
“Los 33” está hablada en un inglés plagado de inflexiones latinas y cruzado por chilenismos de toda laya. Esa ensalada lingüistíca es tan artificial como chocante. Según los productores, de otro modo el filme no funcionaría en el mercado internacional. En Estados Unidos huyen de las películas subtituladas como de la peste bubónica. La que pierde, a fin de cuentas, es “Los 33”.
Es notable que una directora mexicana como Riggen no mire a Chile con ojos latinoamericanos. “Los 33” obedece a la concepción que de la región mantienen al norte del río Grande: color local, ceremonias indígenas y un fogón en el que cantan “Gracias a la vida”. Una sucesión de estereotipos y lugares comunes.
Es, además, una película rara, heterogénea como el reparto. Banderas hace de Banderas, Juliette Binoche es una empanadera de Copiapó, a Rodrigo Santoro lo abandonó la gestualidad y Gabriel Byrne no entiende bien qué está haciendo ahí. A James Brolin lo tajearon en la mesa de edición, porque no dice ni una palabra. Y también hay pinceladas de humor, inoportuno claro. Pero el pecado mayor de “Los 33” es que, con semejante historión a mano, sea incapaz de emocionar.