El corazón de las tinieblas
Los 33, la película de Hollywood sobre la tragedia de los mineros chilenos, aspira a llegar al corazón del espectador.
El 5 de agosto de 2010, 33 mineros de la empresa San Esteban Primera S.A. quedaron atrapados durante 69 días en las profundidades de una montaña tras derrumbarse la mina San José, en el desierto de Atacama, al norte de la ciudad de Copiapó, Chile. La noticia tuvo un despliegue mediático de escala global y su transmisión en vivo y en directo puso al país trasandino en el centro de la atención.
Recién el 13 de octubre salió a la luz el primero de los 33 en una cápsula construida especialmente para el rescate, a la que llamaron Fénix. El drama tenía claros ribetes cinematográficos y Hollywood no desaprovechó el terrible acontecimiento y lo convirtió en película.
El enviado especial de La Voz del Interior al rescate de los mineros opina sobre la recreación del caso.
Dirigida por la mejicana Patricia Riggen, Los 33 cuenta sólo algunos días de la desgracia con suerte de estos trabajadores que quedaron a unos 700 metros bajo tierra, enterrados vivos en el corazón de las tinieblas.
La película arranca con un soberbio travelling hacia adelante que se introduce en la boca del túnel de la mina para luego ubicarnos en una suerte de fiesta entre los protagonistas y sus familiares, días antes de entrar al infierno, como excusa para presentarlos.
Ahí nomás sale el carismático Mario Sepúlveda (Antonio Banderas), haciendo sus bromas y jugando con su mujer y su hija adolescente. También están el jefe (responsable del grupo), el más joven (con su mujer embarazada), los hermanos separados (una vendedora de empandas y su hermano rencoroso), el más veterano, el más discriminado (“el boliviano”), el más payaso (“Elvis Presley”), entre otros.
Aciertos y desaciertos
Uno de los aciertos de Riggen es la decisión de poner el foco en el personaje de Banderas, quien se convertirá rápidamente en el verdadero líder. Banderas sabe actuar, sabe dejar el espacio justo entre la persona y el personaje y compone un Sepúlveda entrañable, lleno de energía y convicción y, sobre todo, de fe. Es él quien se va a poner a todo el equipo (y a la película) al hombro. En el mundo de arriba, donde está el circo del espectáculo y los negocios mezclado con las expectativas de los familiares, se destacan las actuaciones precisas de Rodrigo Santoro, Juliette Binoche y Gabriel Byrne.
Otro acierto de la directora es la atmósfera de película de terror que logra por momentos, en los que el mal a temer es la montaña que amenaza a cada minuto con venirse abajo. También hay que destacar cómo filma el terremoto que los sepulta, con una cámara que nunca pierde de vista a los personajes y que logra que la acción se entienda.
A Patricia Riggen no le interesan tanto los hechos tal cual sucedieron, ni señalar con el dedo a los responsables, sino contar una historia que llegue al corazón del espectador. Y es cierto que huele a propaganda de la presidencia de Sebastián Piñera, pero muchas películas son propagandísticas sin que esto sea algo negativo a nivel cinematográfico.
Riggen asume una posición y las decisiones que toma no sólo son expresivas y estéticas sino también morales. Se podrá estar de acuerdo o no con la forma, pero lo que no se puede discutir es que el producto está bien hecho, al menos en los términos de Hollywood.