Peor imposible
Desde su primera escena uno puede reconocer en Los 33 (The 33, 2015), una especie de pastiche cinematográfico con una mirada sesgada sobre los hechos y con el claro propósito de la construcción heroica de la presidencia de Piñera.
La historia es bien conocida por todos debido al impacto mediático que tuvo en su momento. 33 mineros quedan atrapados en una mina en el desierto de Atacama tras un derrumbe ocurrido el 5 de agosto de 2010. Luego de dos meses de incertidumbre logran rescatar a todos con vida. La película relata el periplo vivido por los mineros y como se dieron las tareas rescatistas impulsadas por el Ministro de Minería.
Con un elenco heterogéneo y multinacional compuesto por cuanta estrella latina tiene peso en Hollywood (Antonio Banderas, Rodrigo Santoro, Cote de Pablo, Adriana Barraza, Mario Casas, Kate del Castillo) sumando algún que otro anglosajón (Juliette Binoche, James Brolin, Lou Diamond Phillips, Gabriel Byrne), Los 33 es un engendro desde el casting. Pero este pasa a ser un problema menor cuando uno debe enfrentarse a la visión que la película ofrece de la región chilena donde suceden los hechos, presentada como si estuvieran en México (aunque fue filmada en Colombia), que no es otro que el país de origen de Patricia Riggen, perfecta elección de una directora mediocre para un film oportunista.
Con la estructura de un culebrón (¿mexicano?), Los 33 tiene un solo objetivo que no es otro que la construcción del héroe. Pero no la de los mineros, sino la de figuras políticas como el Ministro de Minería, Golborne, y el propio Sebastián Piñera, a los que la situación no les habría podido venir mejor. La película deja en claro que fue su decisión política la que salvo a los mineros de morir aplastados. Hay una clara intensión publicitaria de ensalzar la figura de Piñera y elevarlo a un rango heroico por sobre la de los mineros, más allá que por momentos intenta colocarlo en otro lujar o mostrarlo oportunista. Basta con prestar atención desde que lugar lo toma la cámara y en cuales momentos aparece para que su imagen quede por la del encima del resto. Es claro que la película es parte de una campaña publicitaria en posicionarlo para las próximas elecciones presidenciales chilenas.
Pero Los 33 no solo omite detalles como los verdaderos nombres de los empresarios, tergiversa algunos hechos, manipula situaciones políticas conflictivas, es xenófoba (el lugar en el que se ubica al boliviano es lamentable) y machista (las mujeres parecen todas tontas), pero además tiene problemas formales y narrativos al no haberle podido encontrar una vuelta de tuerca a una historia, con un desenlace conocido por todos, para que sea atractiva y genere suspenso. Todos saben el final de Titanic (1997) o como terminaron los Puccio, pero tanto James Cameron como Pablo Trapero en El Clan (2015) enriquecieron ambas realidades con otros elementos generadores de intriga. Algo que en Los 33 no ocurre y donde lo previsible hace que las dos horas de metraje se vuelvan soporíferas. La música de James Horner no solo es insoportable sino que de influencias chilenas tiene poco y nada.
Que la película esté hablada en inglés no molesta tanto como todo lo demás. Lo que si resulta insostenible es el mensaje que quiere dejar. Y por sobre todas las cosas no ser honesta en su finalidad: ser parte del reposicionamiento político de la derecha chilena con Sebastián Piñera como su principal figura.