¿Qué tanto hubiese favorecido a “Los 33” (USA/Chile/Colombia, 2015) la interpretación de los actores en el propio idioma de los mineros? ¿Por qué siempre que una productora internacional decide tomar un hecho real y filmarlo para globalizar el producto se cuestiona su “habla” y su identidad?
Cuando hace años Alan Parker estuvo en Argentina filmando la adaptación del musical Evita, con Madonna y Antonio Banderas, este punto luego fue discutido, también, luego del estreno. Y tampoco se llegó a una conclusión correcta ante la disparidad del producto final.
En “Los 33” la realizadora Patricia Riggen desarrolla el guión apoyándose en el libro de uno de los sobrevivientes a una de las tragedias más impactantes de los últimos tiempos del país vecino, y que marcó un punto de inflexión dentro de la presidencia de Sebastián Piñera, quien veía con lejanía el hecho sucedido en la población de Copiapó.
Allí, 33 mineros, vieron como su realidad se cambiaba de un momento al otro al quedar atrapados bajo tierra por el desplazamiento del centro de la montaña en la que estaban trabajando hace añares y pese a algunas denuncias previas sobre el estado de las cosas en el lugar de trabajo.
“Los 33” toma el hecho como disparador, leve, de algunas historias personales, las de cada uno de los personajes que por más de dos meses estuvieron aguardando la posibilidad de una vía de escape a su presente de encierro, hambre y hacinamiento.
La decisión de formar un cast internacional, encabezado por Antonio Banderas (Mario), Juliette Binoche (María, hermana de uno de los mineros), Kate Del Castillo (Katy, mujer de Mario), Mario Casas (Alex), Lou Diamond Phillips (Luis), etc., también habla del producto que desde la primera escena se intenta presentar, un híbrido en el que Binoche vende “empanadas”, Banderas habla en inglés con un tono castizo más pregnante que nunca y el resto de los actores hace lo que puede con la estigmatización de cada uno de los personajes de un guión que mantiene el suspenso como puede ante un hecho tan conocido y viralizado.
Porque en “Los 33” el timing, el tono, el ritmo, la puesta, la dirección, es correcta, a la altura de la propuesta y con una tensión increscendo hacia la resolución bien sabida por todos, con el resultado favorable, pero hay algo relacionado al relato de la pobreza del lugar, de cómo se necesita la ayuda de otros países para lograr alcanzar el destino, y , principalmente, sobre la exageración del “folklore” (entendiéndolo en su sentido más amplio y abarcativo, que toma a la cultura de una región o zona y la expone) que termina resintiendo su narración.
Hay otros puntos que terminan también golpeando la acción, como la falta de resolución de algunos conflictos centrales (la relación entre María y su hermano Darío, María y su acercamiento al Ministro de Minería, etc.) y la potenciación del surgimiento del líder natural del grupo, Mario, sin siquiera profundizar en las disputas y el infierno que muchas veces han manifestado los 33 que vivieron bajo tierra.
“Los 33” es efectista, cae en lugares comunes, desaprovecha la oportunidad que se presenta, y en la negación de la realidad del otro que está contando, pasada por el tamiz norteamericano, es en donde más flaquea, por eso es que luego de su visionado el espectador se preguntará, ¿qué hubiese pasado si este film estuviese protagonizado por estrellas chilenas o más regionales, y hablada en el propio idioma de los mineros? ¿Sería diferente el resultado? El cuento ya está narrado, con sus reglas y en un idioma universalizador.