El fracaso de las fórmulas
¿Otra película de superhéroes? Sí. ¿Otra película de superhéroes de Marvel? Sí. Pero esta no forma parte el Marvel Cinematic Universe y se nota. El MCU, con todos su defectos, tiene en el superproductor Kevin Feige un guardián inteligente que si bien atenúa algunas virtudes y apaga los posibles destellos de originalidad y brillantez de sus diferentes directores, tiene la capacidad de lograr en sus películas un mínimo de calidad y, sobre todo, un tono claro y relativamente uniforme. Es lo bueno y lo malo que tiene.
Pero Los cuatro fantásticos es catastrófica. No sé nada acerca de los cómics y mi único contacto con el cuarteto de superhéroes fue a través de los dibujitos animados de Hannah-Barbera cuando era chico y por lo tanto no entiendo -ni me importa, la verdad- por qué el cine no ha podido adaptar con éxito esta historia, pero lo cierto es que este reboot de Josh Trank -responsable de la interesante Poder sin límites- pifia en todo: tono, historia, acción y actores.
Si es culpa de él, del guión, de los actores o de la compañía productora que estuvo hasta último momento toqueteando el libro, imposible saberlo. Los problemas de la película ya eran legendarios antes de su estreno y cierta prensa del espectáculo se regodeaba en los chismes de producción y había decretado que la película era mala desde antes de verla. Hay que decir que, en este caso, tienen razón.
El problema principal de Los cuatro fantásticos es que se toma una hora de película para el prólogo: cómo el científico Reed Richards y sus compañeros Johnny y Sue Storm y Ben Grimm llegan a sufrir un accidente que los expone a la radiación y les da poderes. El modelo pareciera ser -quizás involuntariamente- el de Batman inicia, pero mientras en la película de Nolan la historia del asesinato de los padres y el entrenamiento por parte de Ra’s al Ghul es fascinante y hasta cierto punto mucho más interesante que lo que viene después, en Los cuatro fantásticos uno siente todo el tiempo que está mirando el prólogo de algo, una narración que es como un trámite que se demoró demasiado. Pero hay algo peor: Batman inicia dura 140 minutos y Los cuatro fantásticos apenas 100. Es decir: al final de ese prólogo largo y aburrido, la película ya se está terminando.
El último acto, al que uno llega hastiado pero con la esperanza de ver un poco de sangre y sudor, parece el de una película clase B. Todo es chiquito y sin pasión. Suelo criticar los finales de las películas del Marvel Cinematic Universe porque sacrifican la originalidad en aras de una grandilocuencia que no sirve para nada. Destruyen Nueva York sin inventiva. (Salvo Ant-Man.) Los cuatro fantásticos no tiene, desde ya, inventiva, pero tampoco tiene grandilocuencia.
Cuando termina la película, con una especie de cliffhanger que da pie a una continuación, da la sensación de que nunca empezó, de que lo que acabamos de ver debería haber sido el “previously on” de la película verdadera o de que, editado a quince minutos, el prólogo de otra cosa.