Sin contar la producción clase-B de Roger Corman de 1994, éste es el tercer intento de crear un “blockbuster” por parte de Hollywood, y lamentablemente es también uno más fallido. Lo que es peor es que el fracaso es tan sonoro, que da ganas que “la tercera sea le vencida” al menos para que Fox deje de intentar revitalizar este constante intento de franquicia.
El director Josh Trank, que venía de la sobrevalorada “Chronicle”, se pone detrás de cámara con una solemnidad y tono que entiende por “oscuro” lo más literal de la palabra: escenas poco iluminadas y colores desaturados. Pero los personajes, lejos de la historieta que les dio vida, más que profundos y repletos de dilemas parecen más bien aburridos y desganados. La historia es un nuevo reboot en forma de “origen de los héroes”, pero no tiene demasiado que contar que el espectador ya no sepa, y para colmo lo hace con notable sopor y pretendida grandeza.
No es el problema que a “Los cuatro fantásticos” le falte humor (que a Marvel/Disney le funcione no quiere decir que sea la única fórmula permitida), pero sí lo es que le falte diversión.
Los cuatro del título se convierten en lo esperado casi para el tercer acto de la película, padeciendo los vaivenes de una estructura narrativa que se detiene primero en un pasado común (la amistad entre el pequeño Reed y Ben en el colegio primario), luego salta hacia un presente intermedio que dura más de lo necesario, y posteriormente avanza a “un año después”, donde la verdadera acción parece comenzar a desarrollarse. “Parece” porque es recién ahí donde surge el villano, el Dr. Doom, en otra pálida adaptación de un personaje que poco tiene que ver con aquel en el cual está inspirado.
Josh Trank, ante la apabullante mala prensa recibida, ya salió a argumentar que “el corte que no le dejaron hacer los estudios” es mucho mejor y que éste sí le hubiese fascinado a la crítica. Excusas vanas que, sin embargo, no comprenden el tedio de lo que sí quedó en la versión oficial de la película.