Sangre en la nieve.
Cada nuevo film de Quentin Tarantino se vuelve un acontecimiento revulsivo dentro de la industria cinematográfica, cada una de sus películas conlleva el peso de un realizador que sabe tomar elementos de distintos géneros cinematográficos, de la música y de la cultura pop -entre muchas otras fuentes- para reformularlos a través de su impronta particular y resignificarlos. Resignificar, homenajear, tomar prestado… todas palabras de interpretación polémica dentro del universo tarantinesco. Por supuesto que su última realización, Los 8 más Odiados (The Hateful Eight, 2015), no puede evitar tornarse un elemento más en esta cuestión.
La historia nos sitúa en aquellos momentos inmediatamente posteriores a la Guerra Civil de los Estados Unidos. Ocho sujetos son reunidos por lo que se sospecha son cuestiones del azar en una cabaña de paso, donde deben resistir el crudo invierno de Wyoming, que los obliga a hacer un parate en el camino a sus diferentes destinos. John Ruth (Kurt Russell) es un cazarrecompensas en camino a Red Rock con su prisionera, la criminal Daisy Domergue (Jennifer Jason Leigh). El Mayor Marquis Warren (Samuel L. Jackson) también es un cazarrecompensas que cruza su camino con Ruth, y al arribar a la cabaña en cuestión se encuentran con un colorido conjunto de personajes: el nuevo Sheriff Chris Mannix (Walton Goggins), el verdugo Oswaldo Mobray (Tim Roth), el General retirado Sandy Smithers (Bruce Dern), el vaquero Joe Gage (Michael Madsen) y el mexicano callado Bob (Demián Bichir). Tal como nos anticipan los avances, una de estas 8 personas no es quien dice ser y la paranoia comienza a surgir respecto de los diversos intereses latentes sobre la prisionera femenina.
Tarantino decide concentrar toda la acción en una sola locación. El interior de esa cabaña bien podría funcionar como una puesta teatral, con personajes exponiendo al mismo tiempo que comparten el espacio físico con el resto y varias acciones sucediendo al mismo tiempo. Uno de sus fuertes como realizador es el trabajo minucioso en los diálogos, y así como en sus dos films anteriores –Bastardos sin Gloria y Django sin Cadenas– se percibía cierta tendencia a hacer “monologar” a los personajes en una postura un tanto ególatra y vacía de justificación; en este caso el diálogo y la forma de exposición son los modos de razonamiento dentro del relato, la forma en que cada personaje intenta dar sentido a aquello que sucede.
El propio director declaró que sus influencias más fuertes han sido La Cosa (The Thing, 1982) y Perros de la Calle (Reservoir Dogs, 1992) al momento de componer Los 8 más Odiados. En La Cosa teníamos la misma problemática de contar con un “extraño” en el grupo, y la única forma de corroborar quién era el traidor era testeando la sangre. En este la caso la sangre no se testea, la sangre se derrama. Si bien la primera mitad es un tanto lenta, el relato toma ritmo conforme avanza y se guarda para su último acto hectolitros de sangre con el “sello de garantía” de Quentin. En cuanto a influencias algo más indirectas, vale la mención a El Gran Silencio (Il Grande Silenzio, 1968), ese western “frío” de Sergio Corbucci, del cual parece tomarse inspiraciones mayoritariamente a nivel estético.
Ennio Morricone vuelve a componer el score de un western después de 40 años y vuelve a trabajar con Tarantino tras su experiencia en Django sin Cadenas. Es un dato no menor que esta sea la primera película del director en la cual toda la banda sonora es creada especialmente para el film. Incluso el propio Morricone echó mano sobre composiciones sobrantes de La Cosa, por si era necesario otro punto más de conexión.
Más allá de estas referencias puntuales, el film se asemeja bastante a una versión de Clue -el famoso juego de mesa- en clave western. Sin el desparpajo de realizaciones previas ni elaboradas alteraciones de la línea narrativa/ temporal, hoy nos entrega una historia mucho más simple que en otras ocasiones pero concentrada en los diálogos y el poder de sugestión de la oratoria de sus coloridos protagonistas. La misoginia también pica alto en el medidor y la violencia en pantalla hacia la mujer alcanza niveles bastante tortuosos, incluso para los estándares del realizador.
Estamos ante una buena película -sin ser excelente bajo ningún aspecto- de un director que nos tiene acostumbrados a una vara muy elevada. A Tarantino se lo puede criticar, diseccionar y debatir, pero es indudable que busca generar algo distinto cada vez que se lo propone.