Los ocho del patíbulo
Siempre es un placer ver la nueva película de Quentin Tarantino. Sus guiones son originales y tienen fama por su audacia, desafiando las convenciones del género dentro del género mismo. Sus últimos dos films – épicas ambientadas en versiones alternativas de la Segunda Guerra Mundial y el “Viejo Sur” norteamericano – han acrecentado su reputación de revisionista pop impredecible. Como Alfred Hitchcock, ha alcanzado el codiciado punto caramelo entre la reverencia de la crítica y el morbo del público. Le da a la gente lo que quiere, pero no lo que espera.
Los 8 más odiados (The Hateful Eight, 2015) bien podría ser una película de Hitchcock, sopesando antes la inflación de la profanidad a lo largo de los años. La premisa no es muy distinta a la de 8 a la deriva (Lifeboat, 1944), una historia de tensión racial y clasicista restringida a una única locación. Tarantino atrapa a ocho extraños en una posada sitiada por una tormenta de nieve (algunos años luego de la Guerra Civil entre yanquis y confederados) con la siguiente consigna: “Uno de ellos no es quien dice ser”.
La profecía viene de la boca de John “El Verdugo” Ruth (Kurt Russell). Ruth está transportando a una valiosa prisionera, Daisy Domergue (Jennifer Jason Leigh), camino a la horca. Cuando queda atrapado en una recóndita posada junto un pintoresco elenco compuesto por El Caza Recompensas (Samuel L. Jackson), El Sheriff (Walton Goggins), El Pequeño (Tim Roth), El Vaquero (Michael Madsen), El Mexicano (Demián Bichir) y El Confederado (Bruce Dern), Ruth sospecha que uno de ellos “no es quien dice ser” y conspira para liberar a su prisionera y matar a los demás.
De todos los personajes, los mejores son la virulenta dupla Russell-Leigh, literalmente encadenados y unidos en un matrimonio simbólico en el que se comunican a escupitajos y puñetazos. Samuel L. Jackson sigue en importancia, contribuyendo con su inimitable presencia y ligando las mejores líneas. De los demás se destaca Walton Goggins, interpretando al personaje que más hace y cambia a lo largo de la trama. Tim Roth hace de un tipejo avispado cuyos exagerados manerismos recuerdan a los de Christoph Waltz en las películas anteriores de Tarantino. El resto de la troupe representa un excelente casting, pero no le tocan partes tan jugosas para interpretar.
Ennio Morricone acompaña la ominosa trama con una insidiosa banda sonora, la cual incluye sobras de su trabajo en El enigma de otro mundo (The Thing, 1982). Si alguna vez una película iba a ameritar desenterrar esas míticas partituras, es exactamente esta. Los 8 más odiados precia por sobre todo la atmósfera, y es un enorme crédito al cinematógrafo Robert Richardson y el equipo de producción que puedan conjurar un Western con una atmósfera e identidad de tanta pregnancia en apenas un par de locaciones.
Como es típico de Quentin Tarantino, todos sus personajes son caracterizados con una inmensa riqueza. Les da una voz propia que suena coloquial y a la vez poética. El diálogo es su punto fuerte, tanto como escritor como director de actores. No basta con que un personaje le ordene a otro que se acerque “cual melaza” en vez de “lentamente”. Los actores en una película de Tarantino no hablan, sentencian: desde el prejuicio, desde la certitud moral, con vocabulario e imágenes rebuscadas, y siempre con un desapego tan lúdico que es una delicia oírlos. Dicen cosas chistosas, pero no lo dicen en chiste.
Esta es la película más parlanchina de Tarantino, y no por casualidad la más teatral. Fácil imaginar Los 8 más odiados ocurriendo arriba de un escenario (equipado, necesariamente, con varios decalitros de sangre). La trama se va desenvolviendo en una serie de interrogaciones y escamoteos, de alianzas frágiles que se forman con la circunstancia y desaparecen ni bien conviene. La violencia es esporádica, pero cuando llega, es absurdamente gráfica.
El menester de Tarantino siempre ha sido ver cuánto puedo prolongar una escena antes de su inevitable (y usualmente violenta) conclusión. La cena de negocios en Django sin cadenas (Django Unchained, 2012). La cantina francesa en Bastardos sin Gloria (Inglorious Basterds, 2009). La primera mitad de A prueba de muerte (Death Proof, 2007). Los 8 más odiados es básicamente una enorme escena dilatada ad nauseam en la que los personajes van agotando el diálogo y las buenas intenciones mientras el suspenso crece intolerablemente.
Parecería que Tarantino no tenía una gran historia para contar entre sus manos, pero quería flexionar el estilo y experimentar con un tipo de estructura narrativa caprichosa, llena de tangentes y paréntesis extraños. La película tarda una pequeña eternidad en comenzar, y otro tanto en concluir. El tercer acto rompe ciertas promesas que se hacen en el primero, para el deleite de algunos y la decepción de otros. Con todo dura casi 3 horas. Perros de la calle (Reservoir Dogs, 1992) cuenta la misma historia de desconfianza y traición entre maleantes, en la misma clave de pesimismo nihilista, y dura aproximadamente la mitad de tiempo.
Tarantino es un autor de calibre. No va a producir una mala película. A lo sumo ocurre como con otros enfants terribles, como Woody Allen o Martin Scorsese, cuya obra es comparada exclusivamente a sí misma y por lo tanto se la clasifica como menor o mayor. Puede que el destino de Los 8 más odiados sea ser recordada como una de las películas menores del realizador, por su falta de ambición y la inconsecuencia de la trama. O como su película más golosa e indulgente, un brillante ejercicio de estilo y dirección. O que se convierta en una película de culto, como El enigma de otro mundo, su principal fuente de inspiración. Ya le gustaría.