Prometió que cuando estrene su décima película se jubilará como director de cine. Le quedan dos (según su conteo, porque en realidad van nueve, incluyendo a Death Proof, que él deja afuera) y por ahora Quentin Tarantino viene logrando lo que sólo unos pocos realizadores pueden sostener después de casi 25 años en el primer plano: sostener una carrera impecable con films a la altura de las expectativas.
El caso que nos ocupa es el de su octavo largometraje oficial y segundo western consecutivo, Los 8 más odiados (The Hateful 8), donde -dato al margen- en un coqueteo con los trastornos obsesivos compulsivos, decidió alinear numeraciones.
En el que es su film más extenso hasta el momento (187 minutos), Tarantino decide no sólo repetir género sino que además pone todas las fichas a la ruleta rusa que significa encerrar a sus personajes durante más de dos horas en una pequeña cabaña rodeada de una nevada monumental. Pero antes, en una intro donde la claustrofobia también es protagonista, la historia se dispara sobre una carreta.
Flashback textual. Corte. Funde a blanco. Música.
Los acordes de Ennio Morricone (que volvió a grabar una banda sonora para el género tras 40 años sin hacerlo) dan inicio al relato en títulos de crédito que plantan en pantalla -en majestuosos 70 mm- un escenario cubierto de nieve y con la presencia profética de una cruz que señala hacia dónde se dirigirá el derrotero de los personajes.