Quentin Tarantino vuelve a la pantalla grande con su octavo film: Los 8 más odiados (The hateful eight). Con un elenco estelar lleno de caras conocidas como la de Samuel L. Jackson y la de Kurt Russell, el director revive, por segunda vez, al género del western.
Wyoming luego de la Guerra Civil. Una tormenta de nieve se avecina. El cazarrecompensas John Ruth (Kurt Russell) se dirige a un refugio en compañía de su nueva captura, la asesina Daisy Domergue (Jennifer Jason Leight). En el camino, y por casualidad, recogen al Mayor Marquis Warren (Samuel L. Jackson) y a Chris Mannix (Walton Goggins), el supuesto nuevo sheriff de Red Rock, pueblo en el que Ruth debe entregar a Domergue. Al llegar al albergue, la Mercería de Minnie, los cuatro pasajeros conocen al resto de los ocupantes: Bob (Demián Bichir), el encargado de la posada en ausencia de la dueña; el veterano general Sandy Smithers (Bruce Dern), quien en su momento estuvo al mando de masacrar a soldados negros de la Unión; Oswaldo Mobray (Tim Roth), el verdugo de Red Rock; y el misterioso Joe Gage (Michael Madsen). Pero alguien no es quien dice ser y esto podría traer encuentros desafortunados entre los ocupantes de la Mercería.
Jackson y Leigh resaltan por sobre el resto del elenco, si bien todos los protagonistas están más que correctos. Dos personajes fuertes respaldados por actuaciones de igual potencia. El punto en común que tienen es el de ser representantes en pantalla de dos temas polémicos para el western clásico: el racismo y la misoginia (y no es que en el pasado a Tarantino esto no le haya traído problemas: Spike Lee alzó la voz en 2012, tras el estreno de Django sin cadenas, para decir que se trataba de “una película irrespetuosa”). Jackson, habitué colaborador del director, tiene un papel hecho a medida, un papel que en gran parte de las películas del género sería ninguneado. Leigh, en una interpretación que le valió la nominación a un Globo de Oro por mejor actriz de reparto, encarna a Domergue como una mujer fuerte y de carácter que no se deja pisar (Tarantino tiene tradición de crear personajes femeninos y empoderados, como Jackie Brown o la Novia de Kill Bill).
Personalidades interesantes que se ven atrapadas en una historia de venganza, enredos, y (mucha) sangre. Con un guion audaz, escrito por Tarantino, una vez más, un puñado de individuos amorales, con los que es difícil identificarse, es traído a cuento para darle al espectador la (¿falsa?) sensación de que todo es posible, una sensación anárquica. Todo al mejor estilo punk-tarantinesco. Y es que Los 8 más odiados es principalmente eso: una película de Quentin Tarantino. Si Perros de la calle (1992), Bastardos sin gloria (2009) y Django sin cadenas (2013) entraran en una licuadora, el resultado sería este nuevo film: Tarantino se da todos los gustos y entrega una producción que tiene bastante de narcisista. Pero entre muchos auto-homenajes, el director también deja ver las influencias que lo llevaron a la creación de su último producto. Una de las más claras es Asalto al precinto 13 (1976), de John Carpenter (eterno referente del cine Clase B): gran parte de los hechos toman lugar en un solo espacio, un lugar casi claustrofóbico, dígasele prisión en un caso, dígasele Mercería de Minnie en otro. Por otro lado, Los 8 más odiados, en lo que refiere a las relaciones entre personajes, tiene bastante de La diligencia (1939), película del maestro del western, John Ford.
Pero la tensión que se genera en Los 8 más odiados, a través de las tres (innecesarias) horas de duración, es producto también del trabajo de Ennio Morricone. Reconocido compositor italiano, fue el responsable de darle música a gran cantidad de spaghetti westerns: varios de Sergio Leone, y ahora también a uno de Tarantino. Una banda sonora preciosa y acertada, que le valió por fin un Globo de Oro. Y también, un cameo de una canción de Roy Orbison de The fastest guitar alive, aquel western medio olvidado pero con un soundtrack que vale la pena. Tarantino tomó la decisión de filmar en 70mm, ese formato viejo y ancho que se opone a la era digital (en Argentina no existen más proyectores en fílmico para reproducir esta versión). Dicha resolución, que puede parecer caprichosa, solo tiene valor para el primer capítulo de los seis que conforman a la película, ya que se pueden apreciar imágenes bellísimas de Wyoming nevada. Y por ahí pasó la mano de otro rostro familiar: Robert Richardson, director de fotografía no solo de Los 8 más odiados, sino también de Kill Bill, Bastardos sin gloria y Django sin cadenas.
Los 8 más odiados es una buena película, sin duda alguna. Como se dijo, tiene varios aspectos positivos, pero que en varios momentos se ven contrarrestados por el narcisismo del director, la ambición de verse en el espejo de sus propias obras. Pero si se va un poco más allá, a Tarantino hay que reconocerle que sabe y entiende de cine como pocos directores contemporáneos, y en un mundo en donde todo es efectos, superhéroes y explosiones, un poco de tiros al viejo estilo vienen de maravilla.