El octavo lagometraje de Quentin Tarantino se cocina a fuego lento para entrar en ebullición en el trayecto final y salpicar sangre en la cara del espectador. Al mejor estilo Hitchcock, el suspenso se acrecienta lentamente hasta que comienza el frenesí de violencia. Todo acompañado por una impecable banda sonora orquestada por el maestro Ennio Morricone. Su sello personal se evidencia en cada metro de fílmico (de gloriosos 70mm, como el trailer prometía). El guión, los diálogos, las interpretaciones, la violencia, la tensión y el grotesco se encuentran potenciados al máximo. Parafraseando a su Mia Wallace de Pulp Fiction, seguir por el camino de la descripción de su cine, para cualquier conocedor de su filmografía sería "un ejercicio de futilidad".
Cuando vemos una película de Scorsese podemos apreciar las referencias u homenajes a los directores que lo inspiraron. John Huston, George Melies, Elia Kazan, etc. En Brian De Palma abundan fundamentalmente los guiños al cine de Hitchcock. Los guiones de Tarantino son un reflejo del cine que más le gusta consumir. Lo lineal sería referenciar a varios spaghetti western con los que sabemos que se nutrió de joven trabajando en un videoclub, pero eso no es todo. Como verdadero amante del cine podemos reconocer que las situaciones y atmósferas que recrea, nos recuerdan también a otros films de diversos géneros como Cayo Largo, aquella película donde Humphrey Bogart se encuentra atrapado en un hotel con uno de los mafiosos más peligrosos de la época (Edward G. Robinson) en el marco de una feroz tormenta que los obliga a adoptar una puesta más teatral que cinematográfica. En los ocho más odiados la tormenta es una nevada que les impedirá a los personajes salir de la cabaña que será testigo del desenmascaramiento de la verdadera naturaleza de cada uno de ellos.
La historia tiene ese típico sabor a añejo de los western de John Ford, John Huston y Howard Hawks en donde más que héroes y villanos tenemos un desfile de personajes ambiguos cuyas motivaciones se revelarán recién en el último tramo del metraje. Aunque hay algo concreto. Los ocho personajes que componen la historia pueden no caber dentro de la simple dicotomía de buenos y malos, pero son sin duda indeseables y profundamente miserables. Su moral está podrida, son diabólicamente ruines, sin posibilidad de redención y tan mezquinos y morbosos que cuesta trabajo tomar partida por uno de ellos. Porque en el fondo, simpatizamos con todos por igual, pese a que no nos importa si sufren la más violenta muerte. El director logra sacar lo peor del público quien no podrá contener el depravado regodeo cada vez que explote un cráneo o se desangre un personaje, acompañando esos momentos con la traicionera y cómplice sonrisa que logra que disfrutemos la euforia de la violencia desplegada en la pantalla.