En su octavo filme, algo que como siempre él mismo se ocupa de aclarar y enumerar desde los títulos, Quentin Tarantino se mete de lleno con un híbrido que podríamos denominar "western de encierro". Porque "Los Ocho más odiados" (USA, 2015) no es otra cosa que eso, el encierro de ocho personajes en un espacio sin relación "aparente" entre sí.
Y si bien en algún momento la opresión que se desprende del mismo espacio, deja lugar a increíbles planos en escenarios naturales, todo el desarrollo narrativo tendrá lugar en una cantina a la que acuden los personajes para protegerse de una fuerte tormenta de nieve que se avecina.
Allí cada uno, los que llegan, más los que ya están, comenzarán a medirse entre sí, permitiendo a Tarantino, en este lugar, jugar con sus personajes y construirles un universo y sus particularidades a partir de largos y elaborados parlamentos.
La primera etapa del filme, excesivamente largo, por cierto, tiene que ver con una instancia de presentación y contextualización, para luego dejar lugar a una siguiente etapa mucho más activa, en la que los protagonistas comenzarán a desandar los caminos de cada uno hasta la llegada a ahí para ver quién tuvo que ver con cada una de las muertes que van aconteciendo en el lugar y las posibles relaciones que tengan entre sí y con los asesinatos.
"Los ocho más odiados" tiene mucho de la dinámica de Agatha Christie en cuando a la colocación de indicios, pistas y claves que funcionan como puntos narrativos para consolidar la propuesta, pero también tiene mucho más de otras obras del propio Tarantino, como "Perros de la calle" en tanto puesta, o la más reciente "Django sin cadenas" en cuanto a tono y creación de espacios.
"Los ocho más odiados" avanza lentamente en su primera etapa, y en la digresión se va apoyando en una increíble banda sonora de Enio Morricone, afín a los climas y atmósferas que el director quiere sugerir o imponer.
Los intérpretes ofrecen impresionantes actuaciones, desde aquellos que siempre colaboran con Tarantino, como Tim Roth, Samuel L. Jackson o Michael Madsen, o los que recién llegan al universo tarantiniano como Jennifer Jason Leigh, Bruce Dern, Demián Bichir y Kurt Russel, quienes se dejan manipular por la habilidad de Tarantino y su gran maestría para dirigir actores.
Si en películas anteriores el director homenajeaba al cine universal y a géneros claves para el desarrollo de éste, en "Los ocho más odiados" la sensación es que todo el tiempo en vez de mirar hacia afuera termina generando un producto autoreferencial en demasía, que dialoga con sus últimas películas, cerrando el universo y el contexto del filme hacia un gran ejercicio estilístico que suena más que a capricho que a una clara intención de seguir creando películas que sorprendan y que aporten algo nuevo a su carrera
El espectador menos avezado, y claro está, el que no tenga ninguna referencia sobre Tarantino (algo casi imposible a esta altura), quizás pueda ir a ver "Los ocho más odiados" con menos sesgos y expectativas, y seguramente, claro, se verá atribulado y cansado por el excesivo metraje de la película, pero podrá relajarse y disfrutar de la verborragia y diálogos únicos de un guión que tiene reservado para su último tramo más de un twist y aditamento sorpresa.
Aquel que con ansiedad quiera nuevamente poder redescubrir a uno de los directores más revolucionarios y transgresores de los últimos tiempos en su nuevo filme, tendrá que esperar a la próxima, porque en esta oportunidad "Los ocho más odiados" sólo le dará una serie de lugares comunes ya vistos en la filmografía de Tarantino y una potenciación de conflictos e ítems que ya han sido trabajados con anterioridad de una mejor manera. Tarantino se mira al ombligo y ofrece uno de los ejercicios de magalomanía fílmica menos logrados de toda su carrera, a pesar que en los rubros técnicos la supremacía es inobjetable.